Iris no sabía a cuántos escaparates habían entrado ya. Sus pies dolían a más no poder, pero apreciaba pasar tiempo con su hermana, y verla sonreír. Sabía que lo estaba pasando mal con la experiencia de su primer amor.
Sus manos estaban rebosando de bolsas con ropa, accesorios y joyas. Cici tenía un gusto digno de admirar, y también una resistencia casi olímpica para las compras. Iris le había prometido que aquella sería la última tienda del día… aunque lo dudaba un poco.
La tienda de amuletos estaba en una esquina poco transitada del pueblo, con una fachada de madera tallada y una campanilla que tintineó suavemente cuando entraron. Un aroma a incienso y lavanda flotaba en el aire, y la luz tenue creaba un ambiente casi mágico.
—Esto es precioso —murmuró Iris, observando las estanterías llenas de cristales, colgantes y pequeñas botellas con hierbas secas.
Un señor mayor, de cabello blanco recogido en una coleta y ojos profundamente amables, las recibió con una sonrisa serena.
—Bienveni