Capítulo 11

El día había llegado, pero para su sorpresa, Iris no estaba nerviosa por su graduación. Lo que realmente la inquietaba era la idea de que su madre conociera a Hugo. Tampoco había considerado cómo Max reaccionaría al descubrir la mentira que ella y Hugo habían construido juntos. Todo se había salido de control en cuestión de segundos, y todo por su incapacidad de pedir ayuda a su familia.

De pie junto a su cama, Iris observaba el vestido cuidadosamente seleccionado que descansaba sobre las sábanas, acompañado de los accesorios que había escogido la noche anterior. Su cabello, envuelto en rulos térmicos, prometía un acabado impecable. Suspiró, sintiendo el peso de la noche que estaba por venir, y se dirigió al baño para comenzar a arreglarse. Sin embargo, un sonido la detuvo: el timbre de la puerta resonó inesperadamente.

Con rapidez, se envolvió en su albornoz y caminó hacia la entrada, ajustando el nudo con nerviosismo. Al abrir la puerta, un estruendo la dejó temporalmente sorda. Frente a ella estaban Theo y Lila, sus amigas, ya vestidos para la ocasión. Theo tocaba una diminuta corneta con entusiasmo, mientras Lila lanzaba confeti al aire sin control.

—¿Piensan matarme de un susto el día de mi graduación? —exclamó Iris, llevándose una mano al pecho y tratando de recuperar la compostura.

—¡Es la tradición! —dijo Theo con una sonrisa traviesa, agitando la corneta frente a su cara.

—Además, ¿qué sería una graduación sin un poco de drama? —añadió Lila mientras se deslizaba dentro del apartamento y empezaba a recoger el confeti como si no acabara de desordenar todo—. De todas maneras, ha sido idea de Theo.

—Oye… qué cobarde —reprochó Theo inspeccionando el lugar con exagerada curiosidad—. No interrumpimos nada, ¿verdad?

Theo ladeó la cabeza y alzó una ceja con una expresión traviesa, mientras Iris cerraba la puerta tras ellos.

—¿Por qué lo preguntas? —respondió Iris, intentando sonar despreocupada, pero notando cómo su tono se tornaba más rígido.

Hizo una pausa, recordando exactamente el motivo detrás de la pregunta de Theo. La situación complicándose por momentos. Lo que debería ser una noche de celebración por uno de los mayores logros de su vida se estaba convirtiendo en una pesadilla logística y emocional. Tener a sus padres, sus amigas y Hugo en la misma habitación ya era un desafío monumental, pero sumarle a Max, quien no tenía idea de la mentira que ella y Hugo habían fabricado, era como encender la mecha de un volcán que estaba a punto de estallar.

Lila y Theo se habían acomodado en el salón y miraban a Iris esperando una respuesta. Pero Iris solo podía pensar en Hugo, y en lo que lo había metido. No había rastro suyo en el apartamento, y no lo había visto desde la noche que le pidió que la acompañara a su graduación. No pensó las cosas y se había lanzado de la emoción a sus brazos, y aquella cercanía trajo de vuelta a Don Serio. Solo lo había escuchado volver al apartamento la noche anterior, a altas horas de la noche.

No sabía si estar preocupada o inventar algo, para que nadie se encontrara extraño que su ahora falso novio no estaría en su graduación.

—Tierra llamando a Iris —dijo Theo mientras tronaba los dedos delante de su cara para captar su atención.

—¿Qué pasa? —preguntó Iris desconcertada.

—¿A dónde te has ido? No has escuchado nada de lo que hemos dicho.

—Oh, solo estaba pensando en la ceremonia, ya saben cómo me altera la ansiedad.

Iris tomo asiento a su lado tratando de girar la conversación a otro lado. Pero Theo era demasiada astuta y sabía que pasaba algo. Aun así, su amiga entendió que no era algo de lo que Iris quería hablar en ese momento y lo dejo pasar.

—¿Y dónde está Hugo? —preguntó Theo alzando las cejas.

—Ha salido temprano —respondió Iris sin pensar.

—¿Entonces no irá? —interrogó Lila alarmada, frunciendo el ceño.

Iris evitó su mirada, incómoda, porque ni siquiera ella tenía esa respuesta. Hugo se había distanciado desde esa noche, y no sabía si aún estaba dispuesto a acompañarla.

—Por supuesto que irá. ¿Qué clase de novio sería si no lo hiciera? —respondió Theo con una confianza que parecía imbatible, mientras cruzaba los brazos como si hubiera resuelto el dilema.

—Verdad… —logró decir Iris, dibujando una sonrisa que esperaba fuera convincente, aunque por dentro la ansiedad la estaba devorando. Odiaba esa situación, pero en lo más profundo sabía que se lo había buscado por haberles mentido.

Mientras sus amigas se distraían conversando entre ellas, Iris revisó el teléfono, esperando algún mensaje o señal de Hugo. Pero no había nada.

Con un suspiro, se obligó a concentrarse en el momento presente. Esa noche sería un gran desafío y no quería agregarle más preocupación.

—¿Y qué haces que aún no estás lista? —preguntó Theo, con las manos en la cintura y un aire de urgencia en su tono.

—Tienes razón, ya debería estar bañándome —respondió Iris.

Iris se levantó apresurada, con la intención de refugiarse en el baño y escapar de la incomodidad que sentía.

—Espera, Iris —dijo Theo, poniéndose de pie rápidamente.

Iris, distraída con sus pensamientos, no había notado la bolsa que Theo llevaba en las manos. Al verla, la curiosidad la llevó a detenerse y observarla.

—¿Qué es eso? —preguntó, señalando la bolsa con interés.

—Te he traído un regalo, pero no puedes abrirlo hasta esta noche —respondió Theo con una sonrisa misteriosa mientras extendía la bolsa hacia ella.

Iris tomó la bolsa con cuidado, mirándola sin saber qué decir. Conociendo a Theo, era fácil imaginar que debía ser algo especial, escogido con atención.

—Theo, no tenías por qué hacerlo… Con que estuvieras aquí es suficiente para mí —dijo Iris, emocionada pero genuinamente agradecida, mientras sujetaba la bolsa contra su pecho.

—Nada de eso, ahora ve a ducharte mientras saqueamos tu cocina —dijo Theo con una sonrisa traviesa, empujando a Iris hacia el baño.

Iris caminó hacia el baño, pero al pasar por delante de la puerta de Hugo, se detuvo un momento. Se preguntó dónde podría estar él, sintiendo una extraña inquietud. Miró hacia atrás, con la esperanza de que sus amigas no tuvieran la curiosidad de entrar a su habitación. Aunque, sabía que no debía preocuparse demasiado, ya que tanto Theo como Lila respetaban su espacio.

Al llegar al baño, una imagen de aquel día en que se quedaron atrapados en el baño cruzó su mente. De inmediato, Iris se ruborizó al recordar lo cerca que estuvo de besar a Hugo. Al mirarse al espejo, se sujetó las mejillas con las manos, negando rápidamente.

—¿En qué estás pensando, Iris? ¡Deja de pensar en él! —se regañó a sí misma en voz baja, intentando calmarse antes de seguir con lo que tenía que hacer.

Para tratar de alejar esos pensamientos, Iris se metió rápidamente en la ducha, dejando que el agua fría recorriera su cuerpo y dándole un pequeño respiro de sus inquietudes. Cuando terminó, salió corriendo hacia su habitación y puso música para animarse mientras se vestía. Con el ritmo de la canción envolviendo el ambiente, Iris se maquillaba al mismo tiempo.

Al mirarse en el espejo, evaluó cada detalle mientras aplicaba el maquillaje. Sus labios, pintados de un profundo rojo carmesí, brillaban con un acabado húmedo y seductor, acentuados por un toque de gloss que les confería un brillo jugoso, como si una delicada frambuesa descansara sobre ellos, listos para ser saboreados.

Para los ojos, eligió una sombra dorada y brillante, aplicándola con precisión sobre sus párpados. Cada movimiento de su pincel realzaba el destello metálico de la sombra, creando un contraste hipnotizante con sus largas pestañas, acentuadas por una capa de rímel. La luz se reflejaba en sus párpados, haciendo que cada parpadeo pareciera un juego de luces doradas y profundas sombras.

Al terminar su maquillaje, Iris comenzó a deslizarse en su vestido. Sabía que solo podría lucirlo completamente en la fiesta, ya que en la ceremonia tendría que usar la toga. Al verse con el vestido puesto, no pudo evitar sonreír. Se veía increíblemente sexy, algo que no solía hacer, pero en ese momento se sentía segura de sí misma.

Sin embargo, para completar el look, faltaba el último detalle: su cabello. Lo recogió en un moño bajo, con un acabado sencillo y elegante. Dejando ligeros mechones sueltos que enmarcaban su rostro, aportando un toque desenfadado y romántico.

Cuando Iris se miró al espejo, se sintió completamente lista y encantada con el resultado. Tomó el collar de espalda que le había regalado Theo y, tras un último vistazo al espejo, agarró su móvil y se dirigió hacia la salida. Mientras la última nota de la canción se desvanecía, cerró la puerta detrás de ella y caminó lentamente hacia la sala. Hizo una pequeña pausa antes de salir para que sus amigas la vieran.

—Preparen sus ojos, porque verán a otra mujer —anunció Iris, mientras intentaba no reírse.

—¡Oh, mujer, no nos hagas esperar más! Déjanos verte —gritó Theo apurándola.

Iris caminó, tapando su rostro con su bolso, y después de mantener a sus amigas en suspenso, bajó lentamente el bolso. Ambas gritaron de emoción al verla.

—¿Quién eres y qué le has hecho a Iris? —preguntó Theo caminando hacia ella.

—¡Estás divina, pareces un ángel dorado! —dijo Lila, a punto de llorar.

—Gracias —respondió Iris, dando una vuelta para que la admiren mejor.

—Vas a dejar a todos boquiabiertos, sobre todo al de cara de ángel.

Entonces, Iris sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones al pensar en Hugo. Aún no había llegado, lo que implicaba que probablemente no fuera a su ceremonia, y mucho menos a la fiesta. Sus amigas seguían dándole cumplidos, pero ella ya había dejado de escucharlos, hasta que Lila dijo aquellas palabras:

—¿Te irás con nosotras o esperarás a Hugo?

Iris no sabía qué contestar, y no quería arriesgarse a esperarlo, sin saber si llegaría por ella.

—Me iré con ustedes, tal vez se le presentó alguna emergencia.

Iris trató de restarle importancia al asunto y se marcharon. Todo el camino, sus amigas hablaban, pero ella iba sumida en sus pensamientos, mientras miraba por la ventana. Su móvil empezó a sonar y, emocionada, contestó sin mirar la pantalla.

—Sí...

—Cariño, ¿ya vienes de camino? —era la voz de su madre.

Aunque en otras circunstancias escucharla le hacía sentirse feliz, al no escuchar la voz de la persona que realmente esperaba, su ánimo volvió a decaer.

—Sí, mamá, estamos casi llegando.

—Ya empezaba a preocuparme, pero luego recordé la hija que tengo. Lo importante es que ya vienes... ¿vienes con mi yerno? —preguntó su madre emocionada.

Hugo nuevamente, pensó Iris. Todos estaban obsesionados por saber de él, mientras que ella no tenía ni la menor idea de dónde estaba. Y sabía perfectamente que no le debía una explicación. Estaba en todo su derecho. Aun así, quería saber. ¿Por qué habría dicho que sí y luego no aparecía? Seguro lo había asustado al lanzarse a sus brazos, consideró.

—Voy con Theo y Lila, mamá.

—¿No vendrá Hugo?

—No lo sé, mamá, ya debo colgar. Estamos cerca, te quiero.

Y antes de que pudiera hacer otra pregunta, Iris colgó y guardó su móvil.

Al llegar al estacionamiento de la universidad, Theo aparcó su coche, un Chevrolet Impala negro, su mayor tesoro, el cual le había costado tanto reparar. Al salir del auto, caminaron juntas hasta la puerta de la ceremonia. Al llegar, Iris se colocó su toga y le entregó su bolso a Theo para ir a sentarse con los demás estudiantes. Su madre y su padre ya estaban sentados en la primera fila de los asientos reservados para los familiares.

El sol ya se había ocultado, y al ser la última ceremonia del día, les había tocado al anochecer. Mientras empezaban a llamar a cada estudiante para recibir su título universitario, alguien se sentó a su lado. Al girarse, se encontró con Max.

—Max —dijo, feliz al verlo.

—No debería estar aquí, pero ya que ese chico ha ido al baño, tengo que aprovechar para darte esto —dijo Max, pasándole su móvil.

Iris, completamente desconcertada, tomó el móvil y, con curiosidad, lo acercó a su oído. Del otro lado de la línea, había completo silencio. Con el corazón acelerado, sin saber por qué, decidió contestar.

—Hola...

Escuchó una respiración del otro lado de la línea, y cada minuto que pasaba sin que dijera nada, sentía como si su vida se redujera a ese silencio interminable.

—Iris.

Solo faltaba escuchar esa voz para que su mundo se desmoronara. Era Hugo, su voz, era él. Iris no pudo evitar sonreír de felicidad, mientras Max la miraba expectante. Aunque no decía nada, su mirada de victoria era evidente.

—Hugo —fue lo único que pudo articular.

—Iris, lo siento mucho, no pude llegar a tiempo al apartamento.

Notaba la sinceridad en esas palabras.

—No te preocupes, no tienes que disculparte, Hugo.

—Prometí que estaría ahí, me tomo muy en serio mis promesas, Iris.

—¿Dónde estás? —preguntó Iris, dejando que las palabras salieran sin pensarlo.

—Estoy en el estacionamiento, no sé si me dejarán pasar...

—Iré a buscarte.

Antes de salir, se quitó la toga y se la entregó a Theo, quien la miraba sin entender hacia dónde iba. Iris, sin pensarlo mucho, salió de la ceremonia, todavía con el teléfono pegado a su oído. Sentía su corazón latir al ritmo de sus pasos. Al llegar a la entrada, comenzó a bajar los escalones, pero no podía verlo por ninguna parte.

—¿Sigues ahí? —preguntó Hugo, preocupado.

—No logro verte. ¿Estás seguro de que estás aquí? —respondió Iris, mirando a su alrededor.

—Max me ha enviado la ubicación. Creo que estoy en el lugar correcto.

—Hay demasiados autos. Y no logro verte.

Iris siguió descendiendo, pero no lo veía por ningún lado.

—Pareces un ángel —dijo Hugo, haciendo que se detuviera abruptamente.

La había visto, se repitió una vez más. La había visto, y ella, llena de nerviosismo, se agarró el vestido por una esquina.

—Hugo…

—Voltea a la derecha, Iris.

Iris sentía su corazón a punto de salirse del pecho, y lentamente giró la cabeza, hasta encontrarse con él. Una sonrisa enorme apareció en sus rostros, mientras ambos seguían sosteniendo sus teléfonos. Iris estaba a pocos metros de él, y Hugo, recostado en la parte delantera de su auto, lucía imponente. Llevaba una camisa negra remangada, que dejaba ver sus fuertes brazos y un reloj que no pasaba desapercibido. No sabía por qué, pero le encantaba cómo lo lucía.

Hugo la observaba en completo silencio, como si ella fuera un ángel a punto de descender del cielo. Iris, por su parte, imploraba poder grabar ese momento en su memoria para siempre. Estaba ahí, él había ido por ella. Mientras la miraba desde lejos, no pensó en las consecuencias de nada, solo existían ellos dos, aunque sabía que aquello podría ser una mentira. Ya lidiaría con las consecuencias después, por ahora, disfrutaba de la sensación.

—¿Vas a quedarte contemplándome toda la noche? —preguntó Iris con una sonrisa.

—Estoy tentado de quedarme mirándote por horas, pero me temo que te perderías tu momento, y no quiero que eso pase —respondió él, comenzando a caminar hacia ella.

Iris, con el rostro encendido por la cercanía de Hugo, intentó disimular su nerviosismo. El aire entre ellos dos parecía cargado de una tensión palpable.

—¿Por qué seguimos hablando por teléfono? —preguntó, con una leve risa nerviosa, cuando Hugo llega hasta ella.

—No lo sé —respondió Hugo, su voz baja, casi como un susurro—, solo sé que estás deslumbrante.

Sus ojos recorrieron cada detalle de su rostro, de su vestido, como si intentara grabarla en su memoria. Iris, por un momento, se sintió suspendida en el tiempo, preguntándose si lo que veía era real o si su mente estaba jugando con ella. Hugo sostuvo su mano y, con una delicadeza inesperada, la besó suavemente, enviando una corriente cálida a través de su cuerpo.

—Ya... ya debemos entrar —murmuró ella, sintiendo un ligero nudo en el estómago.

Hugo asintió, sus ojos brillando con algo indescriptible. Guardó su móvil, y, al hacerlo, sus miradas se encontraron de nuevo, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido por un instante. La incertidumbre, el deseo y el nerviosismo se mezclaban, mientras sus manos se rozaban brevemente, transmitiéndole una calma fugaz en medio del caos emocional.

—¿Puedo? —pregunta él, con una suavidad que la hacía dudar por un momento.

Iris asintió, y en ese instante, sintió su mano sobre su espalda, enviándole una corriente aún más intensa que la anterior. El roce, tan sutil y tan cercano, la dejó sin aliento. En completo silencio, se miraron una vez más antes de dar un paso hacia la ceremonia.

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