Habían pasado dos semanas desde la última vez que Iris había visto a Hugo.
Catorce días.
Catorce noches.
Y ni una sola palabra suya.
Al principio, intentó convencerse de que era algo temporal. Que volvería. Que la llamaría. Que quizás estaba manejando algo complicado. Pero al segundo día, su móvil dejó de sonar por completo. Ni buzón, ni tono. Solo silencio.
Intentó escribirle. Al principio con textos casuales.
¿Estás bien?
Avísame cuando puedas.
Te extraño.
Pero con cada día que pasaba sin respuesta, la ansiedad fue mutando. Ya no se trataba solo de extrañarlo, sino de no entender nada.
¿Dónde estaba?
¿Estaba bien?
¿Estaba solo?
No lo sabía. Nadie sabía nada.
También intentó contactar a Max, pero no hubo suerte. Iris seguía su vida como podía. Iba al trabajo, atendía a los pacientes. Y luego retornaba a casa. Estaba en piloto automático. Respondía con una sonrisa educada, aunque por dentro sentía que algo se le deshacía.
El bizcocho seguía en la nevera. No tuvo fuerzas para tirarlo.