Iris no supo por qué la siguió. Ni por qué no dijo nada.
Pero lo hizo.
Se subió al coche con Corinne, casi como si estuviera en piloto automático. Esa mujer que apenas conocía se había ofrecido a ayudarla, y ella simplemente aceptó. Tal vez porque no quería volver sola a su apartamento con las manos vacías y el corazón tan lleno de preguntas.
Corinne conducía con esa despreocupación meticulosa, una mano en el volante y la otra jugueteando con sus uñas largas, pintadas de rojo intenso, haciendo un suave repiqueteo sobre el cuero.
Mientras tanto, Iris se mantenía callada, mirando por la ventanilla, perdida en sus pensamientos.
Perdida en él.
Hugo.
No podía borrar de su mente la imagen de él, con esa barba descuidada, el gesto derrotado… y esa forma en que cuidaba de Isabela.
Como si todavía le perteneciera.
Como si siempre le hubiera pertenecido a ella.
El silencio entre ambas duró varios minutos, hasta que la voz serena de Corinne la trajo de vuelta a la realidad.
—No me has dicho dónd