Max levantó la cabeza lentamente, y sus ojos se encontraron con los de ella, horrorizados. Como si la sola pregunta le repugnara. Su ceño se frunció y negó con la cabeza de inmediato, con una firmeza casi desesperada.
—No. —negó de inmediato, con un tono grave, firme—. No, Iris. No ahora. Eso… pasó hace meses. La primera semana que él se mudó contigo. Cuando todavía no había nada entre ustedes… cuando solo era tu inquilino.
Las palabras de Max cayeron sobre ella como una corriente cálida, apagando de golpe el miedo que le oprimía el pecho. Sintió un alivio recorrerla desde lo más profundo, como si finalmente pudiera respirar después de tanto tiempo conteniendo el aire.
Su mano aflojó la tensión con la que sostenía el bolso sobre su regazo, y su mirada volvió a la ventana. El corazón le latía fuerte, pero ya no con angustia, sino con una calma extraña.
Max inspiró hondo, su rabia todavía visible en cada línea de su rostro.
—Yo no lo sabía. Me acabo de enterar… y por eso… por eso reacci