Isabela bajó la mirada, vencida por su propia confesión.
—Hugo es un hombre maravilloso, y desde que lo conocí, supe que venía con sombras con las cuales también tendría que lidiar. No me asustaron. Estuve dispuesta a aceptarlas, incluso cuando esas sombras tenían tu nombre. Pero tú… tú sabías que él no te amaba. No lo tienes encadenado, Isabela, pero lo has hecho sentir culpable durante años. Eso no es amor. Es egoísmo. Amar a alguien también es saber cuándo dejarlo ir. Y tú no has tenido el valor de hacerlo —afirmó Iris, con una convicción implacable.
Isabela sostuvo la mirada de Iris durante unos segundos, sin parpadear.
—¿Y tú crees que es tan fácil? —dijo con voz baja, casi un susurro, pero cargada de emoción—. ¿Crees que simplemente se deja ir a la única persona que alguna vez te hizo sentir viva? Tú lo ves claro porque estás del otro lado. Porque tienes lo que yo perdí.
Hizo una pausa, con una sonrisa triste.
—No lo obligué a quedarse, Iris. Solo me aferré a su culpa, porque es