Leo se quedó en el pasillo, sin atreverse a ir más allá. Cuando el sonido de los pasos de Alec dejó de escucharse, soltó el aire lentamente y se frotó el rostro con ambas manos, sin estar del todo convencido de que lo que hacían era lo correcto.
Escuchó otra vez pasos y miró hacia el frente, recomponiéndose. Lia reapareció desde la cocina, con un vaso con jugo y una tostada en las manos.
—¿Aceptó venir? —preguntó y le dio un mordisco a la tostada.
Leo asintió sin entusiasmo, antes de confirmarlo con palabras.
—Cinco minutos.
—Pensé que sería más difícil. — Lia sonrió, aliviada. Tomó todo el contenido del vaso y añadió: — ¿Le dijiste que ella también debía venir?
—Eso tenías que decírselo tú —replicó, con voz cansada, sin ánimos de discutir con su hermana—. Recuerda que perdiste.
—Pero…
—Perdiste. —La interrumpió, recomponiéndose, sin ocultar el placer que sentía por haberle ganado—. Además, no olvides que tienes que contarle lo que provocaste con Victoria.
—¿Es necesario? —preguntó