Kaelvar estaba cortando la carne servida en su plato cuando las puertas del salón se abrieron sin previo aviso. No se molestó en mirar; sabía que solo un ser en todo el reino se atrevería a irrumpir así, sin tener el más mínimo temor a su furia. Llevó el tenedor a su boca con calma, masticando con deliberada lentitud justo cuando tres licántropos atravesaron el umbral: un soldado y dos guerreras Sel’Kaïra.
El soldado y una de las guerreras se arrodillaron de inmediato, inclinando la cabeza en reverencia. La otra, cubierta de sangre desde el cabello hasta los pies, no se detuvo. Sus pasos firmes resonaron en el silencio de la sala, y con cada movimiento, el olor metálico de la sangre impregnaba el aire. Avanzó sin titubeos hacia la mesa, dejando tras de sí un rastro rojo sobre la madera.
Su cabello largo, de color castaño oscuro, estaba dividido en múltiples trenzas que se entrelazaban en un patrón complejo. Varias trenzas finas nacían desde la frente y los costados, pegadas al cuero