Alec respondió al gesto, pero sin la timidez que ella poseía en sus caricias. Sus ojos recorriendo cada facción del rostro de Serethia antes de descender hacia sus labios. Su pulgar trazó lentamente la línea de su mandíbula, bajando hasta la curva de su cuello. Cada roce parecía encender algo más profundo, algo que ninguno de los dos podía controlar.
Era hermosa, dolorosamente.
Serethia cerró los ojos con fuerza, y un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo; sus piernas se movieron con incomodidad, buscando alivio, justo cuando un suspiro entrecortado, cargado de necesidad, se le escapó de los labios.
Y, tragando la presión que le quemaba en la garganta tras aquel suspiro involuntario de ella —un sonido que le recorrió la piel como un latigazo—, Alec respondió finalmente.
—No creo que pueda… —murmuró, sintiendo cómo el pecho le pesaba, como si el aire se le escapara, y su pulso aumentó más—. Es extraño… No lo entiendo. ¿Qué nos está pasando?
Serethia cerró los ojos otra vez, i