Alec se inclinó otra vez, estudiándola. Notó cómo su respiración se aceleraba con su cercanía, cómo desviaba otra vez la mirada. Y por un instante, una idea cruzó fugazmente su mente: ¿y si no se trataba solo del olor de una humana?
Pero la apartó de inmediato. No tenía sentido. Ella no mostraba signos de lo que él pensaba. Ella jamás podría mostrarlos porque nunca sentiría algo hacia él.
—Sí… tenemos algunos asuntos que atender—dijo al final, apartándose un paso, aunque sus ojos siguieron fijos en ella unos segundos más, como si tratara de encontrar algo más de lo que le había respondido.
Ante su respuesta, Serethia apretó sus manos en puño, luchando con el deseo de pedirle que no se fuera, no con ella. Y pudo hacerlo hasta que él se marchó.
Apoyó la frente contra la pared y cerró los ojos. El picor en sus encías seguía ahí, al igual el eco de los olores mezclados aún la rodeaba como una provocación constante. Y, a pesar de que ya no los percibía en la casa, no pudo relajarse.
—¿Por