Unos hombres vestidos de blanco se acercaron, atravesando la multitud. Cuando uno de ellos extendió la mano hacia Alec, Serethia se irguió, con la intención de apartarlos.
—No me harán daño —dijo Alec, adivinando las intenciones de la chica—. Me llevaran con… sanadores
Cuando lo subieron en la ambulancia, Serethia se sentó cerca, sin dejar de observarlo, como si temiera que aún el golpe pudiera matarlo. Pero Alec quería escapar de esos ojos. No quería mirarla, no después de haberla visto llorar. Así que cerró los ojos y se dejó arrastrar por el sueño, buscando en él un refugio a sus pensamientos.
Cuando volvió a despertar, no supo si era de día o de noche. El cuarto del hospital estaba en penumbra, silencioso, salvo por el pitido constante del monitor y una respiración suave que le resultaba extrañamente reconfortante. Giró la cabeza y la vio. Serethia estaba dormida, con la frente apoyada en el borde de la cama, como si hubiese estado esperando a que él despertara.
Y, por primera ve