Pero unos brazos firmes la rodearon justo a tiempo, impidiendo que cayera de nuevo al asfalto. El contacto, cálido y sólido, le devolvió un hilo de estabilidad en medio del caos.
—Serethia, tranquila… está bien
Escuchó la voz de Alec, tan cerca de su oído que el ruido a su alrededor pareció bajar de golpe. Serethia se aferró a él, como si sus brazos pudieran protegerla de todo el desorden en el que parecía estar sumido el mundo.
De pronto, una motocicleta pasó cerca, su escape tronando como un disparo. Alec retrocedió por reflejo, arrastrándola consigo, sin notar que ambos terminaron en medio de la calle. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde y no tuvo tiempo de pensar; su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera procesarlo.
Serethia abrió los ojos cuando un empujón la lanzó por el aire. Su cuerpo golpeó el asfalto con fuerza, rodando hasta quedar en la acera opuesta. Aturdida, lo único que alcanzó a oír fue un estruendo sordo, seguido de gritos apagados que parecían llegar