Después de veinticuatro horas bajo observación y una serie de estudios, por fin pudieron volver a casa.
El trayecto transcurría en un silencio denso que ninguno de los dos parecía querer finalizar. Serethia miraba por la ventanilla, absorta en aquel mundo extraño, lleno de cosas diferentes a las que existían en el suyo. De vez en cuando, desviaba la mirada hacia Alec. Él llevaba el brazo enyesado, sostenido por un cabestrillo, y no la había mirado ni una sola vez desde que despertó esa mañana. Su expresión distante, le resultaba más inquietante que cualquier paisaje desconocido.
Incluso cuando bajaron del taxi, Alec pareció querer huir de su presencia. Descendió con torpeza, lo más rápido que su maltrecho cuerpo le permitió, y avanzó hacia la casa sin volverse siquiera para asegurarse de que ella lo seguía.
Serethia frunció el ceño. No debería molestarle, pero, sin importar cuanto intentara ignorarlo, lo seguía haciendo. Apresuró el paso, dispuesta a preguntarle sobre lo que estaba pa