Capítulo 22

—A veces hubiese preferido ser asesinada por el rastreador —dijo, cruzándose de brazos.

Alec sonrió, esta vez con suavidad.

—Toma —dijo de pronto, tendiéndole la bolsa de papel con la que le había tocado la nariz—. Creo que puede ayudarte.

Serethia tomó la bolsa sin entender. Dentro encontró unos guantes blancos, que cubrían hasta los codos. Los miró en silencio, desconcertada.

—Creo que pueden ayudarte con… la toxicidad humana —explicó Alec.

Por un momento, Serethia no supo que hacer además de observar los guantes, como si fueran otro de los artefactos desconocidos de ese mundo.

Nadie jamás le había hecho un regalo. Ni siquiera su padre. Según el protocolo de su mundo, a los hijos solo se les daban obsequios al cumplir la mayoría de edad. Pero ella había pasado esa fecha en el palacio, bajo la sombra del desprecio de Kaelvar, por lo cual no recibió nada.

Y ahora, sin esperarlo, alguien le daba un regalo.

Sostuvo los guantes con ambas manos durante varios segundos, y sus dedos temblar
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