Había pasado ya una semana desde que Serethia se quedaba en su casa. Entre turnos agotadores y pocas horas de sueño, no había tenido oportunidad de hablar con ella desde la noche de la pesadilla. Siempre que llegaba, la encontraba dormida en el sofá, acurrucada con la espada a un lado, y pasaba de largo, demasiado cansado para prestarle atención.
Pero ese día había sido distinto.
Solo planeaba dejar un pequeño regalo en la mesa, frente al sofá, y marcharse. Nada más. Sin embargo, algo lo detuvo y se quedó allí, en silencio, observándola. La había mirado antes… pero esa era la primera vez que, realmente, la veía.
Desde que la conoció, le había parecido hermosa, aunque nunca dejó que ese pensamiento echara ramas. Su personalidad —o al menos la imagen que mostraba al mundo— no le atraía. Pero, con lo poco que habían interactuado, empezaba a notar que todo era solo una máscara para parecer más fuerte de lo que realmente era.
A veces, mientras estaba solo, se preguntaba por qué había acept