Por un instante, pensó en cubrirse los oídos. Pero eso habría sido contradictorio a todo lo que le habían enseñado que debía ser: firme, imperturbable, inquebrantable...La digna pareja del rey Alfa.
Alec, notando su tensión, tomó su mano enguantada. Serethia bajó la vista hacia el contacto, luego lo miró a él, pero no dijo nada. Estaba demasiado sorprendida por el hecho de que su toque no había causado ninguna reacción en ella. Ningún dolor.
Solo calor.
—Vamos —dijo Alec en voz baja.
La jaló con él, cruzando la calle entre luces cambiantes y pasos apresurados. Y, de pronto, algo extraño sucedió: por un instante, el ruido del mundo pareció desvanecerse, reemplazado por una suave melodía. Un artista callejero, de pie junto a una farola, tocaba la guitarra. La balada flotaba en el aire, colándose entre el humo de los autos y el murmullo de la ciudad.
El cuerpo de Serethia comenzó a relajarse casi sin que lo notara. Tanto, que no se dio cuenta de que la mano de Alec seguía entrelazada con