Serethia despertó con un sobresalto, y mientras miraba a su alrededor, tratando de recordar donde estaba, notó que afuera estaba oscuro; en algún momento de su miseria, se había quedado dormida sin querer. No podía calcular cuantas horas había descansado, pero su cuerpo y estomago seguían sintiéndose pesados.
Se incorporó un poco, con esfuerzo, sintiendo como el aire frío rozaba su piel húmeda por el sudor cuando la sabana resbaló de su cuerpo. Aunque las falsas velas del candelabro resplandecían suavemente, bañando la habitación con una luz cálida, la temperatura se sentía baja.
Un escalofrío la recorrió, obligándola a volver a acomodarse la sabana. Después, giró el rostro a su derecha, guiada por un olor que le retorció el estómago. Sobre la cómoda descansaba una bandeja con comida y una jarra con vino; el aroma todavía flotaba en el aire junto con el vapor que desprendía, como si acabaran de dejarla.
Se llevó una mano a la boca, incómoda; aún sentía el estómago pesado y el olor le