Serethia esperó inmóvil hasta convencerse de que no volverían, antes de decidir retomar su descenso hasta que la sabana llegó a su fin.
Giró la cabeza a la derecha, midiendo la distancia al edificio vecino, donde estaba la pared de enredaderas. Después, tensó los brazos y se balanceó, estirando una mano, pero no alcanzaron más allá que el aire. Respiró profundo y, tras impulsarse con más fuerza, se lanzó a las hiedras.
Sus dedos, esta vez, se apretaron a los tallos húmedos, pero la rama cedió a su peso y se rompió, aunque tuvo la agilidad suficiente para agarrarse en otro tramo. Tomó aire otra vez, mientras su corazón latía con fuerza, cuando se sintió preparada, comenzó a descender. La planta cedía algunas veces y, aunque su corazón seguía acelerado, siguió bajando hasta alcanzar un balcón.
Se deslizó entre las cortinas de seda que ondeaban y entró a una habitación vacía. Por la oscuridad no pudo identificar en cual estancia se encontraba, pero, aun así, buscó la entrada.
Al inten