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Capítulo 3 — El Lobo que la Encontró

El bosque se extendía como una mancha negra entre los árboles, espeso, húmedo y cruel, y Lyra corría con todas sus fuerzas, impulsada por un terror que no pertenecía únicamente a esa noche, sino a toda su vida pasada.

Cada zancada era un eco de su muerte anterior.

Cada respiro, una cicatriz.

¿Por qué Ronan estaba ahí?

Esa pregunta ardía en su mente con la furia de un presagio.

Se suponía que él se encontraba en el palacio, reclamando ante la corte la victoria contra Luna Silente, mientras se vanagloriaba de haber asesinado al alfa Aldebran.

No ahí, en el bosque, cazando a los indefensos.

No había gloria en eso.

Solo crueldad.

Crueldad que ella conocía demasiado bien.

Las patas de su forma lupina golpeaban la tierra húmeda, levantando hojas, polvo y desesperación. Pero su corazón latía más rápido aún, como si quisiera desgarrar su pecho para escapar antes que ella.

No era por el cansancio.

Era por él.

Por Ronan.

Por la posibilidad insoportable de repetir el infierno al que había sido condenada en su vida anterior.

No.

No volvería a permitirlo.

No volvería a ser suya.

Jamás.

Había sentido su cuerpo romperse bajo el peso brutal de aquel sádico la noche en que la reclamó como suya. Ese recuerdo, grabado a fuego en sus huesos, alimentaba ahora su carrera frenética.

El suelo vibraba bajo ella.

Pero también detrás de ella.

Había otro lobo.

Uno enorme.

Un depredador acostumbrado a cazar sin fallar.

Un cazador que no perdonaba.

El aliento caliente en su costado la rozó como un susurro de muerte. Luego sintió un morro golpeando su flanco, amenazando con morderla, con tumbarla, con reclamarla.

Un escalofrío helado le recorrió la columna.

«No esta vez.»

Cada zancada era una plegaria.

«No voy a desperdiciar esta oportunidad. No dejaré que el destino decida por mí.»

Pero el destino ya había decidido cazarla.

Un golpe brutal en sus costillas la hizo girar en el aire. Cayó entre arbustos, ramas y tierra húmeda. Rodó, jadeó, sintió el ardor en sus costillas y se obligó a moverse.

Debía esconderse. Su forma lupina era demasiado grande, demasiado regia, demasiado alfa para pasar inadvertida.

Volvió a su forma humana con un temblor convulso y se arrastró detrás de un grueso tronco, conteniendo su respiración. Sentía el corazón martillando su garganta, demasiado alto, demasiado rápido.

El instinto le gritaba que corriera.

Que huyera hasta desangrarse.

Que jamás confiara en nadie.

Quizás esta vez Ronan no tendría piedad.

Quizás esta vez la mataría como mató a Aldebran.

Quizás todo estaba destinado a repetirse.

Un crujido.

El sonido que nadie quería escuchar en mitad de una cacería.

Una rama rota.

Lyra abrió los ojos con horror.

Había pisado una maldita rama.

No tuvo tiempo de pensar.

Una mano brutal se cerró en su cabello y la levantó como si fuera una muñeca inerte. La arrastraron de vuelta al sendero, donde la luna bañaba de plata la figura enorme de su captor.

Lyra sintió el corazón detenerse.

Pero no era Ronan.

El aroma era similar, sí.

La postura, igual de imponente.

La fuerza, devastadora.

Pero el rostro que la miraba no era el del Alfa que había destruido su vida…

Era el de Lucian.

El príncipe.

El lobo de sangre real.

El único con derecho a ser heredero.

El hermano menor de Ronan.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

¿Cómo había confundido su aroma?

Claro… ambos provenían del mismo linaje. Y ambos olían a muerte.

Un pensamiento atroz cruzó su mente.

¿Había sido él quien había matado a Sebastián?

¿Había sido Lucian quien degolló a su pequeño para culparla y eliminar al heredero que amenazaba la línea sucesoria?

El aire se le heló en los pulmones.

Ese pensamiento le desgarró el alma.

Lucian no le dio tiempo a reaccionar. La empujó contra un tronco y le apretó el cuello con una mano enorme, su agarre firme como el hierro caliente.

—¿Cómo pensabas escapar? —gruñó, con voz ronca y gélida—. Eres la persona más buscada en toda Luna Silente.

Lyra intentó fingir ignorancia.

En esta vida, Lucian aún no la conocía.

Tenía una oportunidad mínima, frágil, desesperada.

—Solo soy una… omega —susurró, temblorosa.

El agarre en su cuello se endureció.

Los ojos de Lucian brillaron con furia.

—No me tomes por estúpido —espetó, acercando su rostro al de ella—. Tu olor lo dice todo. Eres sangre de alfa. Eres la princesa de Luna Silente.

Las rodillas de Lyra amenazaron con doblarse.

Lucian era más perceptivo, más inteligente y más letal de lo que había imaginado.

Quizás más peligroso que Ronan.

Y él estaba disfrutando verla temblar.

—Ríndete —ordenó, su voz convertida en sentencia—. Si lo haces, quizá Ronan tenga piedad de ti… y de tu manada.

Lyra sintió un sabor amargo en la boca.

¿Piedad?

¿De Ronan?

¿Del monstruo que la había roto y humillado, que la convirtió en Luna para luego relegarla a la servidumbre, que se negó a verla como madre de su heredero?

El estómago se le revolvió.

—Mátame —dijo de pronto, firme, sin fisuras—. Hazlo aquí mismo. Prefiero eso a verle la cara a ese alfa maldito.

Lucian parpadeó.

Ese instante diminuto de duda la sorprendió.

Pero cuando intentó moverse, él la inmovilizó con facilidad salvaje, presionando su cuerpo contra el tronco.

Su aliento la rozó.

Su sombra la envolvió.

Y por un terrible instante, Lyra creyó que estaba a punto de repetir la pesadilla de su otra vida.

El terror la invadió, paralizándola por completo.

Pero Lucian inclinó el rostro y susurró en su oído, con una calma escalofriante:

—No te mataré. No hoy.

Lyra tragó saliva con dificultad.

Lucian se apartó apenas y la observó con una expresión que no supo descifrar.

—En cambio —añadió con un tono oscuro—, te daré una oportunidad para vengarte de tu familia… y de tu manada.

Las palabras la atravesaron como una puñalada.

Venganza.

¿Por qué él se la ofrecería?

A no ser que…

¿Lucian fuera el verdadero responsable de la muerte de Sebastián?

El pensamiento la asfixió.

Pero una oportunidad era una oportunidad.

Y la venganza era un arma.

Un arma que podría usar contra él… y contra Ronan.

Asintió con un movimiento casi imperceptible.

Lucian la soltó solo para atarle las muñecas con la destreza fría de un alfa entrenado para someter.

—Ni intentes transformarte —advirtió, sujetándola del brazo con rudeza—. Te delatarías. A partir de ahora eres una omega. Mi sirvienta personal. Hablarás solo si te lo ordeno. Si te digo que mates, matarás. Si te digo que calles, callarás. Si quieres sobrevivir… harás exactamente lo que diga.

El vacío en su pecho creció, frío y nauseabundo.

Sí, había cambiado su destino.

Pero… ¿qué era peor?

¿Su antigua vida… o esta?

¿Ronan… o Lucian?

Mientras él la arrastraba por el sendero como si fuera propiedad suya, Lyra no dejaba de preguntarse:

¿Qué planeaba realmente este príncipe oscuro?

Y peor aún…

¿Planeaba entregarla él mismo a Ronan como tributo?

El temblor que recorrió su cuerpo fue imposible de contener.

Y entonces, sin quererlo, un pensamiento venenoso la atravesó:

Lo odiaba por ser hermano de Ronan… pero algo en su mirada la quemaba como fuego prohibido.

Algo que no debería haber sentido nunca.

Algo que la Luna jamás perdonaría.

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