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Capítulo 4 — El Juego Comienza

Los empujones de su captor obligaban a Lyra a tropezar una y otra vez, como si él buscara recordarle que no tenía control sobre nada. El suelo húmedo del bosque se pegaba a sus pies, y cada rama quebrada sonaba como un aviso del destino que la aguardaba. Conocía ese camino. Lo había recorrido antes; era el sendero que la conduciría al corazón de su propia manada.

El mismo sendero donde, en su vida pasada, los aldeanos de Luna Silente la habían entregado a Ronan para aplacar su furia.

Un sacrificio inútil.

La manada había ardido igual.

Y lo volvería a hacer esa noche.

Lyra apretó los dientes mientras avanzaba, obligada por las manos firmes de Lucian. Su cuerpo temblaba no por el frío, sino por la verdad que la perseguía como una sombra inevitable: esa devastación era la repetición exacta de sus peores recuerdos. Un ciclo cruel que el destino parecía empeñado en que volviera a vivir.

Aunque esta vez, algo era distinto.

Lucian.

—Sigue caminando —ordenó él con voz tan firme que parecía no temblar jamás.

Lyra quería gritarle que no tenía derecho a darle órdenes, que él no era mejor que su hermano, que ambos habían destruido su mundo… pero sabía que cualquier resistencia solo aceleraría su muerte.

El olor a humo ya impregnaba el aire. Era denso, amargo, mezclado con ceniza y carne chamuscada. Un olor que ella reconocería incluso en un sueño. Luna Silente se estaba desvaneciendo por segunda vez ante sus ojos.

“Quizás yo tenga la culpa”, pensó, recordando la figura luminosa que había visitado su celda. “Tenía una oportunidad para cambiarlo todo… y no supe responder.”

—Sube —ordenó Lucian de pronto, tomándola del brazo y dirigiéndola hacia un carruaje escondido entre los árboles.

Lyra levantó la vista con dificultad, y un estremecimiento le atravesó el pecho. El carruaje no la llevaría al palacio donde se encontraba Ronan. Eso lo sabía, porque en ese momento él debería estar reclamando los restos del castillo alfa, no recorriendo el bosque.

Entonces entendió una verdad que la heló.

Lucian no la estaba llevando con Ronan.

No todavía.

—¿Qué esperas? —gruñó él, perdiendo la paciencia.

Lyra subió sin protestar.

No, esta vez no era igual que la última.

Este nuevo sádico tenía un plan. Y ella era una pieza clave.

El carruaje comenzó a moverse. Bajo la tela áspera que cubría su cabeza, Lyra respiraba con dificultad. Sus manos aún temblaban por la fuerza con la que Lucian la había sujetado, pero esta vez… había algo más. Sus dedos recordaban el calor de él, la forma en que la había sostenido sin romperla. Un contraste insoportable.

El resplandor naranja del fuego teñía el cielo nocturno, como brasas cayendo del firmamento.

Las casas ardían. 

Los aullidos de agonía llenaban el aire. 

Su historia se borraba otra vez.

Lyra quiso cerrar los ojos, pero no tenía párpados suficientes para escapar del terror. El destino, aparentemente cruel, la había devuelto a esta noche solo para que sufriera de nuevo.

Y sin embargo…

Por una rendija en el saco, alcanzó a ver el rostro de Lucian.

Rabia. 

Dolor contenido. 

Una furia que no encajaba con quien, supuestamente, debía ser el heredero orgulloso de Fuego de Bruma.

Él sabía que el palacio alfa estaba en batalla. Sabía que Ronan comandaba la masacre.

Y aun así, no regresaba.

No ayudaba. 

No participaba. 

No obedecía.

Lyra no entendía.

Lucian sí.

—Baja la cabeza —ordenó, colocándole el saco por completo—. A partir de ahora, tu nombre será Althea. No hables. No preguntes.

Afuera, escuchó pasos acercándose.

—¿Ya se marcha, mi príncipe? —preguntó un beta, respetuoso pero inquieto.

Lucian tardó en responder. Cuando lo hizo, su voz fue dura, casi cortante.

—La batalla ha terminado. Ya nada requiere mi presencia.

Una mentira. 

Una mentira peligrosa.

Ronan no toleraba la desobediencia.

El carruaje avanzó con rapidez. En la oscuridad bajo el saco, Lyra escuchó la respiración de Lucian. Estaba controlada, pero no calmada. Era la respiración de alguien que luchaba por mantener un papel.

—Olvida a tu padre —dijo sin mirarla—. Olvida tu nombre. Desde hoy, eres Althea. Mi pieza. Mi ventaja.

Libertad.

Una palabra que él escupió con indiferencia, como si no valiera nada. Pero para Lyra, significaba todo.

Sin embargo, lo que él añadió a continuación la desarmó:

—Si sobrevives… quizás te ganes tu libertad.

Lyra tragó en seco.

Había prometido no volver a ser esclava de nadie.

Pero Lucian era distinto.

No la había golpeado. 

No la había vejado. 

No la había insultado como Ronan.

La trataba como un objeto. Sí. 

Como un arma. 

Como una pieza. 

Pero su crueldad era fría, calculada. No nacía del placer… sino de la estrategia.

Ese detalle la aterraba más.

Cuando llegaron al palacio del príncipe, Lyra sintió un nudo en la garganta. Había vivido en esa manada durante años… en otra vida. Pero jamás lo había visto realmente. Ronan siempre había mantenido la residencia de Lucian cerrada al público y, cuando Lyra fue relegada a sirvienta, nunca tuvo acceso al palacio del príncipe.

Lucian abrió la puerta y la guio por un pasillo amplio, silencioso, de piedra oscura y madera pulida. No era tan sombrío como el palacio alfa, pero tampoco cálido. Era un lugar hecho para esconder secretos, no para construir un hogar.

La llevó a una habitación amplia, con una cama grande, chimenea encendida y un baúl a los pies del colchón.

Lyra quedó paralizada.

—¿Aquí viviré? —preguntó con incredulidad—. ¿No… en una mazmorra?

Lucian la miró como si la pregunta fuera absurda.

—Si quisiera que vivieras en una mazmorra, ya estarías en manos de mi hermano. —Se cruzó de brazos—. Te necesito útil. Y los instrumentos inútiles se desechan.

No era un halago.

Ni siquiera una advertencia.

Era un hecho.

Lucian abrió la puerta para salir.

—No me des motivos para arrepentirme —murmuró, casi en un susurro que Lyra no entendió—. No esta vez.

Y aquella última frase resonó como un eco imposible.

¿“No esta vez”…?

Antes de que pudiera preguntar, Lucian desapareció en el pasillo.

~~~

Una semana después…

El salón de entrenamiento era una caverna de piedra negra, iluminada por antorchas que parecían alimentarse de la tensión entre ellos. Lucian se movía con elegancia depredadora. Cada golpe era limpio, preciso. Un recordatorio constante de que él había nacido para comandar ejércitos.

Lyra, en cambio, apenas podía mantenerse en pie.

La derribó por enésima vez y ella cayó de espaldas, jadeando, con la boca llena de sabor a hierro.

—Levántate —ordenó Lucian—. Si caes, Ronan no te dará tiempo de respirar.

Lyra se obligó a incorporarse.

—¿Por qué haces esto? —preguntó entre dientes—. ¿Qué ganas con torturarme?

Lucian la observó. Sus ojos, oscuros como la noche antes de una cacería, tenían un brillo extraño. No era crueldad pura.

Era… conflicto.

—Quiero que sobrevivas —respondió finalmente—. Aunque no estoy seguro de que lo merezcas.

Las palabras le atravesaron el pecho. Pero lo que vio después la desconcertó: una chispa de dolor, apenas perceptible, en los ojos de él. Como si las palabras que había dicho fueran un castigo también para sí mismo.

Lyra se lanzó de nuevo, movida por rabia y orgullo.

Esta vez, logró sorprenderlo con una zancadilla. Lucian cayó al suelo con un golpe seco.

Lyra sonrió. 

Por primera vez en días, sintió una pequeña victoria.

Lucian se incorporó lentamente… y sonrió también.

Una sonrisa peligrosa.

—Bien —dijo—. Ya estás lista para aprender a dónde hundir una daga para que nadie escuche el último suspiro.

Lyra se congeló.

—Pretendes… ¿convertirme en la asesina de Ronan?

Lucian no respondió.

Pero la forma en la que su mandíbula se tensó fue respuesta suficiente.

—Aunque si alguien mata a Ronan… —añadió él, con un tono que era mitad furia, mitad deseo reprimido— voy a ser yo.

Lyra abrió los ojos con horror.

¿Qué clase de odio albergaba un hermano para desear la muerte del Alfa?

Lucian no le dio tiempo para pensarlo. La derribó nuevamente, quedando sobre ella. Su cuerpo era una jaula caliente, peligrosa, demasiado cercana.

Lyra sintió su respiración mezclarse con la de él. 

Sintió su calor. 

Su fuerza. 

Su control absoluto.

—Nunca bajes la guardia —murmuró, su voz baja, grave, rozándole la piel—. O morirás antes de entender por qué.

Lyra quiso empujarlo, pero sus manos temblaron. 

No por miedo. 

No por odio.

Sino por ese fuego prohibido que ardía entre ellos desde el primer instante.

Un paje entró abruptamente, deteniendo la escena.

—Príncipe… —dijo, avergonzado por la postura comprometedora—. Una carta del Alfa.

Lucian tomó el sobre, lo rompió con un gesto brusco y leyó.

Cuando levantó la mirada hacia Lyra, una sonrisa cínica —y peligrosa— se dibujó en sus labios.

—Prepárate, Althea —dijo despacio, como si saboreara cada sílaba—. El juego ahora comienza.

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