Los vítores retumbaban en el gran salón como un rugido colectivo, rebotando en las paredes de piedra y ascendiendo hasta las vigas del techo. Ronan respiraba ese júbilo como si fuera aire sagrado. Se alimentaba de él. Lo moldeaba. Lo convertía en poder.
Era invencible.
O así creía.
Lyra, en cambio, apenas podía respirar.
La mano del alfa apretaba su muñeca como un cepo, marcándola con una furia silenciosa que amenazaba con estallar cuando ya no hubiera ojos ajenos observando. El dolor no era nuevo. Lo que la consumía era el peso de una certeza insoportable: Ronan la estaba reclamando frente al mundo.
No como mujer.
No como Luna.
Sino como propiedad.
Las bocas a su alrededor seguían vitoreando… pero el silencio interno de Lyra era ensordecedor. Su corazón golpeaba contra las costillas como si quisiera escapar de su cuerpo. Cada respiración era un recordatorio de que estaba atrapada, de que no había salida posible.
Hasta que, como si el suelo se reacomodara bajo los pies de todos, un ho