Capítulo 94

El día que llamaron a Coran amaneció plomizo, como si el cielo aguantara el aliento; la plaza del Santuario se llenó antes del amanecer. Los cofres traídos desde la ciudad vieja estaban abiertos sobre la mesa de roble: cartas, listados, remaches manchados de sangre seca. Eradow, con las manos aún atadas, permanecía sentado entre la manada, su cabeza inclinada como quien carga culpa sin alivio.

Kaeli ocupó la piedra central. Sus palabras no buscaron retórica.

—Hoy pedimos a la Corona que responda —dijo—. Si el ministro Coran comparece, será delante de este tribunal y del Monasterio de San Hilar. Si rehúye, leeremos sus órdenes en cada plaza hasta que alguien le dé nombre.

Alric, el emisario, se acercó con la rigidez de quien porta malas noticias.

—El Rey no puede movilizar tropas inmediatamente —dijo—. Coran está en consejo. Pide tiempo para preparar su defensa.

Daryan apretó el puño.

—El reino ha tenido tiempo suficiente —replicó—. Si Coran no viene, traeremos pruebas a la capital nos
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