El sol se filtraba por los vitrales de la mansión como si pidiera permiso. Era uno de esos días donde la calma parecía disfrazar algo más profundo. Kaeli despertó temprano, aún entumecida por los sueños en los que corría por bosques sin nombre, perseguida por aullidos que no podía distinguir si eran amenazas o llamados.
Los pasillos estaban más activos que de costumbre. Criados apresurados, aromas de especias en el aire, y una energía vibrante que parecía anunciar algo inminente. Los padres de Daryan volvían de un viaje ceremonial al norte del continente, donde los clanes más antiguos habían bendecido al heredero Volkov con su aprobación formal. La llegada era esperada, sí, pero también temida: si no aceptaban a Kaeli, todo podía romperse. Kaeli fue conducida al gran vestíbulo por una criada silenciosa —no hostil, pero tampoco cálida. Vestía un vestido lavanda sencillo, el cabello recogido sin ornamento. Al llegar, encontró a Daryan en el centro del salón principal, de pie como una estatua viva. Su mirada se suavizó al verla. —Ya están cerca —le dijo en voz baja—. Quiero que seas tú quien los salude. Kaeli tragó saliva. No se trataba de cortesía, sino de presentación ritual. Lo que hiciera o dijera ante los padres del Alfa definiría la posición que tendría en el clan. La puerta principal se abrió con elegancia ceremonial. Primero entró Nerissa Volkov, madre del Alfa, envuelta en un abrigo blanco con bordados de lunas entrelazadas. Alta, de rostro severo pero ojos amables, Nerissa avanzó con la firmeza de una reina. Detrás, Kelan Volkov, el padre, traía consigo una vara tallada en madera de licántropo, símbolo de su rol como guardián de los pactos. Su rostro, marcado por años de liderazgo, tenía aún fuego en la mirada. —Esta es Kaeli Mora —anunció Daryan—. La elegida. Nerissa la observó por un largo instante. Kelan también. Kaeli, sin bajar la mirada, se inclinó justo lo necesario, ni con servilismo ni arrogancia. Cuando se incorporó, vio algo inesperado: una sonrisa breve en los labios de Nerissa. —Tiene fuego —dijo la matriarca. Kelan asintió. —Y un aura que no le pertenece al mundo humano. Daryan sostuvo la mano de Kaeli con naturalidad. No por protocolo, sino como afirmación. —Entonces ha sido bien elegida. Antes de que la tensión pudiera disiparse, una voz chirriante rompió la escena. —Veo que la familia está completa… hasta donde el lobo permite. Elara. Bajaba por la gran escalera de mármol con un vestido negro que abrazaba su cuerpo como una telaraña. Cada paso resonaba como una provocación. —Una humana en la mansión, bendecida por padres que no la conocen. ¿Será que el linaje Volkov se extinguirá en una cama sin sangre digna? Kelan frunció el ceño. Nerissa no respondió. Daryan apretó los dientes, pero fue Kaeli quien habló. —La sangre no necesita permisos cuando la luna la llama. Elara la miró con rencor… y sonrió. Un gesto que presagiaba veneno. Horas después, cuando los pasillos se vaciaron y las actividades del día dispersaron a todos, Kaeli caminaba sola por el ala oeste, buscando la biblioteca ancestral. Fue entonces cuando la trampa se activó. Una criada —Miralyn, seguidora fiel de Elara— le hizo señas hacia una escalera de servicio. Kaeli, curiosa, siguió el llamado. Al girar en la esquina del descanso, una mano la empujó con fuerza. No hubo grito, solo el sonido seco de su cuerpo cayendo por los escalones. El impacto fue brutal. Kaeli rodó varios niveles hasta detenerse, la cabeza golpeada, el brazo rasguñado, la espalda adolorida. La sangre comenzó a brotar de una ceja abierta. El vestido estaba rasgado. Y el silencio… absoluto. Daryan llegó al lugar segundos después. Nadie lo había llamado. Lo sintió. Al verla en el suelo, su rostro cambió. No había palabras. Solo fuego. —¡¿QUIÉN FUE?! —rugió, la voz amplificada por una energía ancestral que hizo temblar los muros. Elara apareció al fondo del pasillo con Miralyn detrás, fingiendo sorpresa. —¡Debe haber resbalado! Las escaleras están mal cuidadas —dijo, con tono fingido. Daryan no respondió. Avanzó hacia ella como un relámpago. —¿Fue tu plan? ¿Tu forma de defender tu “derecho”? Elara tragó saliva. —¡No tienes pruebas! —Tengo tu olor en los escalones. Y el de Miralyn. Miralyn se encogió. Elara quiso replicar… pero justo entonces, una voz fresca emergió desde el corredor. —¿Siempre tratas de matar a las nuevas o es solo tu forma de saludar? Era Lyara Volkov, la hermana menor de Daryan, recién llegada de su luna de miel con Theo Riven, el beta de la manada del sur. Vestía pantalones de cuero y una chaqueta ceremonial blanca. Theo la seguía de cerca, con mirada incisiva. —Kaeli es parte del clan, le guste a quien le guste —dijo Lyara, ayudando a Kaeli a levantarse—. Si tú no lo entiendes, Elara, quizá sea hora de que partas a donde te respeten por miedo, no por legado. Elara retrocedió. Daryan se acercó a Kaeli, la tomó en brazos sin pedir permiso, como quien carga algo sagrado. Su mirada era humo y hielo. —Desde hoy, quien toque a Kaeli toca al Alfa. Y quien desafíe esa orden… será mordido por la luna misma. Silencio. Nerissa, que había observado desde el corredor, se giró hacia Kelan. —Esta humana será loba antes de que termine la luna nueva. Kelan sonrió. —Y cuando ruja… todos entenderán por qué fue elegida. La luz del atardecer cruzaba oblicua por la ventana del ala este, bañando el cuarto de Kaeli en un tono cálido que no le pertenecía a la mansión. Como si el mundo exterior intentara suavizar lo que allí sucedía. Yacía sobre la cama con un vendaje cruzándole el torso, la ceja aún marcada por la herida, y un dolor punzante que le recordaba cada peldaño de la escalera por la que había caído. Pero Kaeli no lloraba. La rabia se cocía debajo de la piel. Silenciosa, lenta… pero viva. La puerta se abrió sin golpear. Lyara Volkov entró con paso ágil y una energía luminosa que contrastaba con la rigidez habitual de la casa. Traía una taza de té en cada mano. —Infusión de colmillo negro. Es amarga, pero regenera tejidos más rápido que cualquier poción —dijo, acercándose—. Además, el dolor le da carácter. Kaeli la miró, sentándose con dificultad. Tomó la taza y bebió un sorbo. El líquido era ardiente, casi demasiado. Pero no se quejó. —¿Siempre es así? —preguntó—. ¿Ese nivel de odio por alguien que apenas conocen? Lyara sonrió, sentándose a su lado en la cama. —Elara no odia por conocerte. Odia por perder. Todo lo que eras le recuerda lo que ella no puede ser. Kaeli bajó la mirada. —No me siento fuerte. Solo… molesta. —La fuerza no siempre se nota en la piel. A veces, solo está en seguir respirando cuando quieren que te hundas —dijo Lyara—. Hoy respiraste. Con furia, con dolor. Pero respiraste. Kaeli apretó la taza entre las manos. Afuera, los aullidos de lobos de guardia comenzaban a surgir en la distancia. Como si anunciaran el descenso de la luna. —¿Tú crees que realmente… soy parte de esto? Lyara se levantó y caminó hacia el ventanal. —La luna no se equivoca. Y Daryan tampoco. Lo que él ve en ti… va más allá del vientre. Lo sabes, ¿cierto? Kaeli asintió, apenas. La conversación se interrumpió por un golpe en la puerta. Era Theo Riven, el Beta de la manada sur y esposo reciente de Lyara. Alto, de cabello oscuro y mirada felina, traía consigo un pergamino con sellos rotos. —Esto llegó del Santuario de los Ecos —dijo, entregándolo a Lyara—. Es sobre la heredera humana. Lyara desenrolló el pergamino. Kaeli, con los ojos fijos, esperó en silencio. El contenido estaba escrito en runas antiguas, pero Lyara las leía sin dificultad. Su rostro se transformó al avanzar por el texto. —Esto… no puede ser una coincidencia —susurró. Theo la miró con gravedad. —Una humana marcada por un incendio lunar, nacida en la noche del eclipse fragmentado. Piel con luna latente. Vientre capaz de despertar linajes dormidos… Kaeli sintió cómo la piel se le erizaba. —¿Qué significa eso? Lyara la miró directamente. —Que tu nacimiento fue anunciado. Que la luna te parió antes de que el clan Volkov existiera. Y que tú… podrías ser la llave para despertar a los lobos blancos extinguidos. El silencio se apoderó del cuarto. Kaeli se levantó, aunque le dolía. —Entonces, no fue solo Daryan. No fue solo un trato. —No —dijo Theo—. Fue destino. Justo entonces, la puerta volvió a abrirse. Esta vez sin previo aviso, sin ceremonias. Era Daryan. Vestía con ropa informal, pero su rostro estaba endurecido como piedra tallada. Se acercó, tomó la mano de Kaeli, y la besó en el dorso. Un gesto que no era romántico, pero sí ritual. —Has sobrevivido al veneno —dijo. Kaeli sostuvo su mirada. —Sobrevivir no es suficiente. Daryan la observó, el pulso latente en sus venas. —Entonces prepárate. Porque mañana… entrenas. Theo y Lyara intercambiaron miradas. Era una decisión importante. Kaeli sería entrenada como loba antes de concebir. Algo que no se hacía desde hacía generaciones. Daryan se giró hacia su hermana. —Que prepare el templo del linaje. Si ella es la heredera anunciada, debe conocer el fuego antes que el hijo. Kaeli apretó la mandíbula. No por miedo. Por convicción. Lyara se inclinó, con respeto. —Así se hará. Y así, en un cuarto lleno de velas y palabras rotas, se selló el nuevo pacto. No entre hombres lobo y humanos. Sino entre luna… y la sangre que aún no había rugido.