Capítulo 4

*PRESENTE*

El amanecer en la mansión Volkov no traía paz, solo una luz pálida que atravesaba los vitrales y teñía las paredes de gris.

Kaeli despertó envuelta en sábanas pesadas y aroma a incienso. El cuarto seguía sintiéndose ajeno, pero algo en su pecho le decía que ya no era una visitante. La lámpara seguía encendida, su llama azul vibrando como si latiera en sincronía con su respiración.

Se levantó despacio, con el cuerpo aún tenso por el viaje emocional de la noche anterior. Sobre el escritorio, alguien había dejado un vestido de tela oscura y bordados discretos: elegante, sí, pero sobrio. También había una nota escrita a mano, con trazos fuertes pero bellamente curvados.

> Kaeli, a las 9 en el Salón de Piedra. Daryan.

Nada más. Directo. Alfa.

Kaeli se vistió sin prisa. El vestido le ajustaba perfectamente, como si hubiese sido hecho para ella. Cuando abrió la puerta, una mujer joven esperaba al otro lado. Cabello recogido en moño ajustado, ojos grises y voz sin emoción.

—Sígame.

Kaeli no preguntó. La siguió por los pasillos, reconociendo los lugares de anoche desde una nueva perspectiva. La mansión, ahora despierta, vibraba con energía invisible: voces lejanas, pasos rápidos, puertas que se cerraban discretamente.

Al llegar al Salón de Piedra, lo primero que vio fue a Elara.

Recostada sobre un sillón tallado, con una copa de licor oscuro en la mano y un vestido entallado en tono jade, la mujer lucía más imperial que nunca. Su mirada se dirigió de inmediato a Kaeli, como un cuchillo con sonrisa.

—Y aquí viene la huésped del Alfa, vestida como si le perteneciera lo que no entiende —dijo sin alzar la voz.

Kaeli se detuvo. No por miedo. Por cálculo. Sabía que responder precipitadamente sería perder.

—Buenos días —respondió con calma.

Elara alzó una ceja, burlona.

—¿Sabes cuántas han intentado ocupar ese lugar antes que tú? ¿Cuántas han sangrado para que el apellido Volkov no se contamine?

Kaeli inclinó levemente la cabeza, como si evaluara un cuadro torcido.

—¿Y sabes cuántas de esas siguen aquí?

Elara apretó la copa con fuerza. Pero antes de que replicara, entraron dos criadas con bandejas de plata. No la miraron, pero sus movimientos fueron deliberadamente bruscos: una dejó caer un cubierto junto a Kaeli, haciendo ruido innecesario; la otra pasó a centímetros de ella, derramando una gota de té caliente sobre su mano sin disculparse.

Kaeli contuvo el gesto. Observó sus rostros: rígidos, obedientes. Estaban entrenadas para ser agresivas sin evidencia. Estaban con Elara.

Daryan apareció entonces, entrando por la puerta principal con pasos firmes. Sus ojos se posaron de inmediato en Kaeli, y aunque no habló, en su gesto hubo reconocimiento.

—Has llegado puntual —dijo.

Kaeli asintió. Elara se levantó, caminando hacia Daryan con aire de consorte.

—No puedes permitir esto —dijo con tono meloso—. La mansión tiene reglas. Las criadas están confundidas. Y yo… yo aún tengo derechos.

Daryan la miró en silencio. Luego giró hacia las dos sirvientas que aún estaban en la sala, ahora de pie como estatuas.

—¿Han recibido instrucciones de incomodar a Kaeli?

Ambas bajaron la mirada. No respondieron.

—Entonces están despedidas. —El tono fue seco, sin margen.

Elara abrió los labios, incrédula.

—¡No puedes despedirlas sin prueba!

Daryan la miró. Su voz se volvió grave, lenta.

—Soy el Alfa. No necesito prueba. Solo instinto.

Las criadas salieron de la sala sin decir palabra. Una tercera, que entraba con más té, los vio salir y cambió de dirección.

Elara se acercó a Kaeli. No gritaba ya. Murmuraba como serpiente.

—No eres nadie. No eres loba. Solo carne en préstamo. Cuando esto acabe, te destruirán.

Kaeli no tembló. No retrocedió. Se acercó hasta quedar a unos pasos de ella.

—No tengo garras. Pero tengo memoria. Y tú… tú tienes miedo.

Elara la miró con furia… y luego, sin más, se fue.

Daryan la observó salir en silencio. Luego se giró a Kaeli.

—Esa fue una respuesta de loba —dijo.

Kaeli lo miró, sin emoción.

—A veces, ser humana también enseña a morder.

Él sonrió apenas.

—Entonces estás más preparada de lo que crees.

Y en ese instante, la luna que aún dormía en el cielo pareció inclinarse un poco más hacia el este.

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