La luna se alzaba plena y redonda, un faro de plata que iluminaba el claro sagrado donde la manada Volkov y sus aliados habían construido un santuario vivo en honor a Flor de Luna. Tras el choque final con Cael —el antiguo consejero caído en penumbra—, el claro vibraba con la tensión de la sangre reciente y el juramento renovado. Las raíces habían abierto un hueco en la hoja para dejar caer la sangre de los guardianes. Ahora, era el turno de Cael de enfrentar su redención.
Nerissa, aún en forma lupina, ordeñó un poco de polvo lunar en una ramita de abedul y la tendió a Kaeli-humana. Su voz sonaba como un canto de madres antiguas:
—Luna Madre, hemos perdonado al hijo que te traicionó. Ahora te pedimos que guíe su sangre hacia la raíz sellada.
El tronco mayor del Bosque de los Susurros, cuyas vetas plateadas rezumaban savia viva, parecía latir con cada aullido de la manada. Serenya-humana se arrodilló junto a Cael, limpiando las flechas de obsidiana que yacían clavadas en su carne, y