La luna ya no era un disco lejano, sino un fuego blanquecino que inundaba el claro del abedul. A su alrededor, la manada Volkov se dispuso en círculo: lobeznos erguidos, guardias con la lanza en ristre y brujas de blanco lunar trazando runas en el aire. El abedul restaurado, con su corteza plateada y cicatrices vivas, se alzaba como el corazón de todo lo que había sido roto… y reunido de nuevo.
En el centro, Kaeli tomó la palabra con un pulso tembloroso, pero decidido:
—Yo, Kaeli de la Luna, juro ante esta raíz que no habrá secreto tan profundo que no revele su eco ante mi voz. Juro compartir mi temor y mi esperanza, para que ninguna grieta interior sirva de simiente a la sombra.
Sus palabras vibraron en el aire. Las raíces del abedul respondieron con un murmullo suave, como su propia exhalación. Kaeli sintió el pulso de su marca resonar contra su garganta, y un destello plateado subió por sus venas.
Daryan la contempló con orgullo, y sin dejar que la bruma diluyera su voz, sumó s