La luna se mantenía alta, pero el aire en la mansión Volkov era distinto.
Por primera vez en semanas, no vibraba con urgencia ni presagios. Vibraba con presencia. Con pasos compartidos. Con voces que no traían advertencias, sino recuerdos.
Kaeli despertó en la habitación del ala oeste.
La misma que había pertenecido a los Alfas anteriores.
Pero esta vez, no estaba sola.
Daryan dormía a su lado, con el brazo sobre su cintura y el rostro relajado. La marca en su cuello brillaba con una luz tenue, sincronizada con la de Kaeli. No ardía. No temblaba. Solo latía.
Kaeli lo observó en silencio.
No como líder.
Como compañera.
*
En el patio central, los clanes aliados comenzaban a llegar.
No por guerra.
Por amistad.
Tharos y Luneth regresaban del bosque profundo con ofrendas de raíces encantadas y vino lunar. Veyra traía consigo a dos lobos jóvenes que habían despertado tras el juramento de sangre. Serenya de Aelthorn llegó con su hermana menor, Nyel, una sanadora que había estudiado en las ci