La mansión estaba en calma, pero no en paz.
Kaeli caminaba por el corredor de los vitrales, donde la luz de la luna se filtraba en fragmentos irregulares. Cada paso resonaba como un eco contenido. El colgante Kalei ardía contra su pecho, como si quisiera advertirle de algo. O empujarla hacia ello.
Al girar en la esquina del pasillo, se detuvo.
Frente a ella, en el salón de los espejos, estaban Daryan y Selene.
Solos.
Él hablaba en voz baja, con el rostro más relajado que Kaeli había visto en semanas. Selene reía. No con burla. Con intimidad. Su mano rozaba la de él. Y entonces, sin ceremonia, sin tensión… lo besó.
Un beso lento.
Un beso que él no rechazó.
Kaeli se quedó inmóvil.
El corazón le dio un golpe seco. Luego otro. Luego… nada.
No era tristeza.
No era celos.
Era rabia.
Una rabia extraña, profunda, que no nacía del amor… sino del desprecio. Del abandono. De la traición silenciosa.
El colgante brilló con una luz azul intensa. El aire a su alrededor se volvió más frío. Los vitral