Llevaba ropa distinta a la de la mañana. La tela le marcaba los hombros con esa facilidad peligrosa que tenía todo en él. ¿Había salido? ¿Hacía cuánto que había vuelto?
Mi respiración se aceleró antes de que pudiera controlarla. Rompí el contacto visual de inmediato, girándome hacia la botella como si la soda fuera de pronto un asunto urgente y absolutamente fascinante. Mis manos temblaron apenas, lo suficiente para delatarme si él estaba observando con atención.
Y, por supuesto, lo estaba.
Siempre lo estaba.
Mientras destapaba la botella, su perfume llenó el espacio entre nosotros. Ese aroma oscuro, cálido, inconfundible. Cerré los ojos apenas un instante, lo suficiente para sentir cómo mi cuerpo lo reconocía antes que mi mente: sus manos en mi piel, su voz contra mi cuello, la forma en que me desarmaba sin siquiera tocarme.
Entonces sentí sus brazos rodear mi cintura desde atrás. Firmes. Cálidos. Pero también… cuidadosos, como si temiera hacerlo.
Se inclinó un poco, acercando la nar