64• Solo yo, tesoro.

—¿No vienes? —preguntó, con esa serenidad que siempre escondía un desafío.

Dean nadó un poco hacia atrás, dándome espacio y, a la vez, haciéndolo imposible de ignorar, como si incluso el agua se abriera para él.

—Lo estás pensando demasiado. Vamos —añadió.

Tomé una respiración larga y profunda, como si necesitara valor a la altura de mis pulmones, y por fin me adentré. El primer contacto con el agua me sorprendió: fría, pero no cortante; un frío claro, limpio, que despertó mi piel en lugar de lastimarla. A cada paso, el frescor subía por mis piernas, por mi abdomen, aflojándome los músculos tensos y despertando una conciencia punzante de cada centímetro de piel… y de la forma en que él me miraba mientras avanzaba hacia él.

Cuando llegué hasta donde estaba Dean, él se movió hacia mí sin ninguna prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Sus manos encontraron mi cintura bajo el agua, firmes y cálidas pese al frío del arroyo. Sentí el contacto de su cuerpo desnudo contra el mío, di
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