63• Hielo y fuego.

Dean se fue apartando poco a poco… o al menos eso quise creer. Porque cuando realmente presté atención, entendí que no era él quien seguía aferrado a mí. Era yo. Mis manos estaban todavía en su espalda, sosteniéndolo como si ese abrazo fuera el único lugar donde todo tenía sentido. Sus brazos ya habían empezado a soltarme, pero los míos se resistían, aferrados a un calor que no quería perder.

En cuanto reuní el valor para apartarme, él me dedicó una sonrisa tranquila, casi suave, mientras yo intentaba ordenar el torbellino que seguía latiendo dentro de mi pecho.

Caminamos sin decir nada por un buen tramo, dejando que el silencio hiciera lo que quisiera con nosotros. Luego, el sonido del arroyo empezó a hacerse más claro: un murmullo constante, como una canción que se colaba entre los árboles. El crujido leve de las ramas bajo nuestras botas se mezclaba con el ritmo del agua, marcando el paso.

Al salir finalmente del bosque, lo vimos. El arroyo corría limpio entre piedras pulidas por e
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