52• Nos habían seguido.
Entramos en una de esas tiendas pequeñas y acogedoras que parecían sacadas de una postal invernal. El calor que escapaba del radiador empañaba ligeramente los cristales y alivió por un momento el frío que llevaba en los huesos. No entendía qué buscábamos allí, pero no pregunté. Algo en la forma en que Dean me guiaba, en la determinación silenciosa de sus pasos, me hizo simplemente seguirlo.
Mis ojos recorrieron todo a mi alrededor: botellas de vino fino alineadas como tesoros, aceites de oliva con etiquetas doradas, frascos antiguos con conservas color ámbar, tejidos rústicos colgados de estantes de madera, y pequeñas piezas de arte local talladas a mano. Todo tenía un encanto artesanal que parecía contener historias, manos, vidas.
Dean soltó mi mano con suavidad, y sentí el vacío de inmediato. Se inclinó sobre una vitrina con objetos más delicados, cosas pequeñas pero valiosas: joyas, amuletos, recuerdos de viaje. Después, sin avisar, se alejó hacia la parte trasera de la tienda. All