37• Vamos, convénceme.
Llevé sus manos hasta mis caderas, sintiendo cómo el contacto me hacía temblar por dentro, pero tratando de no dejar que mis nervios me invadieran. Me acerqué a su oído y le susurré, muy despacio, con una voz que intenté que sonara segura y seductora:
—No hay nada que me haya prometido y no pudiera lograrlo.
Al decirlo, sentí cómo él me acercaba más a su cuerpo, como si no pudiera resistirse. Su respiración se volvió más profunda, y por un instante creí que había logrado lo que quería. Pero entonces, sin previo aviso, me soltó y se alejó, dejándome confundida.
—¿A dónde vas? —pregunté, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza.
—A ver un espectáculo —respondió, mientras tomaba asiento en uno de los sillones de la habitación.
—¿Un espectáculo? —murmuré, sin entender.
—Dijiste que me harías cambiar de opinión —soltó, mirándome con una mezcla de desafío y curiosidad—. ¿Qué mejor manera que dándome un espectáculo con la lencería negra que aún no has utilizado? Solo de pensarlo me hace