32• Una tarántula.

La noche siguiente, me quedé un buen rato frente al espejo del tocador, en esa silla bajita de respaldo redondo que me había parecido más delicada de lo que en realidad era. La luz cálida de la lámpara hacía que todo se viera más suave, como si la habitación estuviera envuelta en una calma falsa, de esas que solo existen antes de que algo vuelva a pasar.

Pasé el cepillo por mi cabello, una y otra vez, hasta que el movimiento se volvió automático. No pensaba en nada, o al menos trataba de no hacerlo. Cuando terminé, dejé el cepillo sobre la superficie del tocador y mi mirada se detuvo en el pendiente.

Estaba justo donde lo había dejado la noche anterior. La piedra azul parecía mirarme desde el mármol, reflejando la luz con un brillo extraño, casi hipnótico. Lo observé sin moverme, intentando recordar de dónde lo conocía. Porque lo conocía. Estaba casi segura. Había algo que me resultaba inquietantemente familiar.

Lo tomé entre los dedos y lo levanté, acercándolo al espejo. La piedra de
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