14• No hay otra. Solo tú.

—¿El propósito por el que estoy aquí? —repetí, con una risa amarga—. Escucharte decir eso como si fuera algo lógico me da náuseas.

Dean no respondió. Dio un paso hacia mí, lento, medido, como si disfrutara de cada segundo de mi incomodidad.

—Te escuchas como si de verdad creyeras que esto está bien —seguí, con la voz quebrada por la furia contenida—. Como si tenerme aquí fuera un simple acuerdo. Pero no lo es, Dean. Esto no es un trato, es una condena.

Sus ojos permanecieron en los míos mientras se acercaba otro poco. El aire pareció volverse más denso, más difícil de respirar.

—¿Terminarás tu discurso o piensas seguir provocándome? —murmuró, con esa calma que solo conseguía enfurecerme más.

—¿Provocarte? —escupí—. Eres tú quien me compró, quien me encerró aquí, quien decide cuándo respiro o cuándo salgo. ¿Y todavía tienes el descaro de hablar de “buenas condiciones”?

Dean llegó hasta el borde de la cama. Mi cuerpo se tensó por reflejo.

Él se inclinó un poco, apoyando una mano en el c
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