El silencio que quedó después de nuestras últimas palabras fue denso, casi tangible. Dean permanecía de pie, con la mirada fija en las ventanas abiertas, el aire frío colándose entre las cortinas y moviéndole ligeramente el cabello. Yo no podía apartar los ojos de él.

Había algo inquietante en la calma con la que observaba todo, como si nada le afectara, como si siempre supiera más de lo que decía. Me descubrí preguntándome qué pasaba por su cabeza en ese momento.

¿Por qué quería un bebé conmigo?

Podía tenerlo con Mia, si eso era lo que deseaba. Si buscaba herederos, una mujer como ella estaría más que dispuesta. Entonces, ¿por qué yo? ¿Era una forma de ejercer control, de darle sentido a lo que había hecho? ¿O simplemente una manera de asegurarse de que no me iría, porque siempre estaría atada a él?

Y si llegara a quedar embarazada… ¿qué pasaría con ese niño? ¿Sería Mia su madre, y yo solo un medio?

La idea me revolvía el estómago.

Mirarlo era como intentar leer un muro de concreto.