2° El inicio II

Elif Pellegrini

Con paso vacilante, me dirigí hacia la entrada de la villa, donde dos hombres vestidos de negro nos esperaban. Sus miradas, frías e impenetrables, me hicieron sentir como si estuvieran escrutando cada uno de mis movimientos.

Uno de ellos se adelantó y me tendió la mano.

—Bienvenida a la residencia Mancinelli, señorita Elif —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Tomé su mano y la estreché con un leve temblor.

—Gracias —respondí con voz apenas audible.

El hombre me indicó que lo siguiera y juntos nos adentramos en el interior de la villa.

A medida que cruzaba el umbral de aquella puerta, una sensación de irrealidad me invadió. Era como si estuviera entrando en un mundo paralelo, un lugar donde las reglas y las leyes no eran las mismas que en el exterior.

El vestíbulo de la mansión era amplio y luminoso, decorado con muebles antiguos y obras de arte de valor incalculable. Un silencio sepulcral reinaba en el ambiente, solo interrumpido por el eco de mis pasos sobre el suelo de mármol.

Mis acompañantes me condujeron a través de un largo pasillo, cuyas paredes estaban adornadas con retratos de hombres y mujeres de aspecto severo. Sus miradas parecían seguirme mientras caminaba, como si quisieran advertirme que estaba entrando en territorio hostil.

Finalmente, llegamos a una puerta de madera maciza. El hombre que nos había guiado se detuvo y llamó suavemente.

—Adelante —respondió una voz profunda desde el interior.

La puerta se abrió lentamente, revelando una habitación espaciosa y elegantemente amueblada. Al fondo, sentado en un sillón de cuero, un hombre nos esperaba.

Era él. Don Mancinelli. Creo.

A pesar de la distancia, pude sentir su mirada penetrante, una mirada que parecía leer cada uno de mis pensamientos.

Mi corazón se aceleró y mi respiración se entrecortaba.

El Don me observaba con una expresión indescifrable. Sus ojos, oscuros y profundos, transmitían una fuerza y un poder que me abrumaron al instante.

Y aunque él aún no se ha presentado, sé que es él. No como el títere de Emilio.

Tragué saliva y me armé de valor.

—Buenas tardes, Don Mancinelli —dije con voz firme, aunque por dentro me temblaba hasta el último hueso.

El Don sonrió levemente, un gesto que no alcanzaba sus ojos.

—Bienvenida a mi casa, señorita Elif —respondió con voz grave y resonante.

El silencio en el estudio era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Don Mancinelli me observaba con una intensidad que me hacía sentir vulnerable, como si estuviera desnuda bajo su mirada penetrante.

Poco a poco, se levantó de su sillón de cuero. Su estatura era imponente, su presencia llenaba la habitación y me hacía sentir pequeña e insignificante. Cada uno de sus movimientos era deliberado, como si midiera cada paso, cada gesto.

Cuando se acercó, mi corazón latió con fuerza en mi pecho. Su rostro, marcado por el tiempo y la experiencia, era una mezcla de dureza y carisma. Sus ojos, oscuros y profundos, transmitían una fuerza y un poder que me abrumaron al instante.

Se detuvo frente a mí, su mirada fija en la mía. Extendió su mano y, con un leve temblor, deposité la mía en la suya.

En ese momento, sentí una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo, un escalofrío que me heló la sangre. No supe explicarlo, pero sentí que algo había cambiado en mí, que una conexión invisible se había establecido entre nosotros.

Su agarre era firme, pero no brusco. Sus dedos se entrelazaron con los míos y sentí la calidez de su piel, una calidez que contrastaba con la frialdad que emanaba de su mirada.

— Es un gusto conocer a la hija de Marcelo Pellegrini. Bello come la luna e freddo come la notte. — susurró.

"Tan hermosa como la luna y tan fría como la noche"

Su voz era profunda, melodiosa, pero también transmitía una autoridad incuestionable.

—Gracias, Don Mancinelli —respondí con voz apenas audible.

Él sonrió levemente, un gesto que no alcanzaba sus ojos.

— Romeo Mancinelli, no me gusta escuchar a cada rato el "Don"

Me soltó la mano y se dio la vuelta, invitándome a tomar asiento.

—Por favor, siéntese —dijo.

Obedecí sin dudarlo. La silla era de cuero suave y se adaptaba a mi cuerpo como un guante.

Romeo Mancinelli se sentó frente a mí, en su sillón de cuero. Me observó durante unos segundos, sin decir nada. Su mirada era intensa, penetrante, como si intentara leer mis pensamientos.

—Me han hablado mucho de usted, señorita Elif —dijo finalmente.

—Espero que sean cosas buenas —respondí con una sonrisa nerviosa.

—Todas las historias sobre usted son buenas —dijo—. Es una mujer inteligente, valiente y ambiciosa ¿O acaso estarán mintiendo? — Hizo una pausa y me miró fijamente a los ojos —¿Qué la trae por aquí, señorita Elif? —preguntó.

— Siendo honesta con usted, no tenía ganas de venir. Mi padre me dijo que viniera para conocer a su mejor amigo, pero al parecer usted no sabía que vendría.

Él sonrió de nuevo, pero esta vez su sonrisa fue más cálida, más sincera.

— Me gusta su sinceridad y atrevimiento. Conociendo a Marcelo como lo hago, sabía que querría que conociera a su primogénita, te conocí aun estando en el vientre de tu madre, después tuve que viajar y... ¿Cuántos años tienes?

— Veintidós.

— Después de veintidós años regreso a Sicilia para seguir levantando mi imperio desde mis propias tierras y no desde la distancia. — se recuesta en el sillón.

La puerta es tocada dos veces y se abre mostrando una gran sonrisa de mi padre. Romeo no reacciona de la misma manera, solo se levanta y le estrecha la mano, cosa que Marcelo se pasa por las pelotas y lo abraza como si el Don fuera un maldito Dios del olimpo.

Así duran un rato hasta que en el ambiente se nota la tensión e incomodidad de Mancinelli.

— No cambias, consigliere. — dice con poca gracia.

— Me emociona verlo, Don. Solo escuchaba su voz por llamada pero fueron años en el cual no nos hemos visto hasta ahora.

Romeo asiente.

— Por lo visto ya conociste a mi hija.

— Asimismo es, una señorita muy agradable.

Ruedo los ojos ante su tono de ironía.

¿Es bipolar o qué?

Que fragmentado es.

— Elif, tengo cosas que hablar con el Don. Te agradecería que salieras por un momento.

¿Me hace venir hasta acá para luego echarme?

Marcelo Pellegrini es un tonto lame botas en todos los sentidos de la palabra.

Salgo del despacho sin la necesidad de despedirme de ninguno de ellos. Camino sin ningún rumbo como si conociera esta villa de pies a cabeza, luego de atravesar miles de salas, me llama la atención el piano de cola que hay en todo el centro de el. Miro hacia los lados para asegurarme de que no haya nadie, al confirmarlo, camino hasta allí y me siento en el taburete.

Mis manos acarician las teclas blancas y negras, y una ingenua sonrisa aparece en mi rostro. La tensión acumulada en mi interior era una olla a presión a punto de estallar. Las palabras de Don Mancinelli resonaban en mi cabeza, su mirada penetrante me hacía sentir expuesta, vulnerable. Necesitaba liberar toda esa energía, toda esa frustración.

Mis dedos se movieron solos, como si tuvieran vida propia, buscando las teclas del piano que descansaba en una esquina del salón. La música siempre ha sido mi refugio, mi vía de escape. Y en ese momento, necesitaba más que nunca su consuelo.

Comencé con los primeros acordes de la "Sonata Claro de Luna" de Beethoven, una melodía que siempre me había conmovido hasta lo más profundo de mi ser. Pero esta vez, la dulzura y la melancolía de la pieza se fusionaron con mi enojo, con mi rabia contenida.

Mis dedos se deslizaban sobre las teclas con una fuerza inusitada, cada nota era una explosión de emociones. La melodía se retorcía, se oscurecía, se convertía en una pesadilla sonora. Era mi propia "Sonata Claro de Luna de Pesadilla", un reflejo de la tormenta que rugía en mi interior.

Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. Cada nota era un grito, una queja, una liberación. La melodía fluía a través de mí, como un torrente desbocado, arrastrando consigo todos mis miedos, mis dudas, mi frustración.

No sé cuánto tiempo estuve tocando. Perdí la noción del tiempo, sumida en la vorágine de la música. Solo existíamos el piano, la melodía y yo.

Cuando finalmente terminé, un silencio sepulcral inundó el salón. Abrí los ojos y me encontré con la mirada de Don Mancinelli, observando desde la puerta.

No pude descifrar su expresión. ¿Estaba enojado? ¿Impresionado? ¿Indiferente?

No me importaba.

En ese momento, solo sentía una profunda sensación de alivio. La música había cumplido su cometido. Había liberado la tensión que me atenazaba el corazón.

Me levanté del piano y me dirigí hacia él.

—¿Le ha gustado mi "Sonata Claro de Luna de Pesadilla"? —pregunté con una sonrisa desafiante.

Él sonrió levemente, casi ni se notaba que sonría.

—Me ha conmovido —respondió—. Ha sido una interpretación muy... personal.

—La música siempre es personal —dije—. Es la forma que tenemos de expresar lo que llevamos dentro.

—Y usted, señorita Elif, tiene mucho dentro —dijo Don Mancinelli con altivez que me hacía irme a otro sentido de sus palabras.

—Como todo el mundo —respondí.

—No todo el mundo tiene el valor de expresarlo como usted lo hace —dijo—. Su música es... intensa, apasionada y atrevida.

—La intensidad es parte de mí —dije.

—Lo he notado —dijo Don Mancinelli.

Hizo una pausa y me miró fijamente a los ojos.

—Me pregunto qué más cosas intensas esconde en su interior, señorita Elif —dijo.

—Muchas —respondí con una sonrisa enigmática.

Asintió con la cabeza.

—Me gustaría descubrirlas todas —dijo, susurrando haciendo que su voz sea más grave y profunda.

—Eso tendrá que ganárselo —respondí, dándome la vuelta y alejándome de él.

Dejé a Don Mancinelli en el salón y me dirigí a sepa Dios donde, solo caminé hasta llegar a una habitación de una de las salas principales.

Al llegar, cerré la puerta tras de mí y me apoyé en ella, cerrando los ojos.

La música había hecho su magia. Había calmado la tormenta en mi interior. Pero sabía que era solo una tregua. La tensión, la incertidumbre, la curiosidad... Todo seguía ahí, latente, esperando el momento oportuno para resurgir.

Y yo, como siempre, estaría lista para enfrentarlo.

O eso quiero creer.

— ¿Quién eres tú?

Abro los ojos y veo a un hombre de pie al final del pasillo. Era alto y tenía una complexión musculosa. Su cabello era oscuro y ondulado, y sus ojos eran de un azul penetrante. Tenía una mandíbula fuerte y una nariz ligeramente torcida, como si se la hubieran roto en algún momento. Iba vestido de manera informal, con un par de jeans y una camiseta, pero había un aire de autoridad en él que dejaba en claro que era alguien importante.

— Mejor dicho, ¿Quién eres tú? — contra ataque

— Yo pregunté primero, niña. — respondió con sarcasmo

Lo reconocí inmediatamente. Era Theo Mancinelli, el hijo de Don Mancinelli. Había oído historias sobre él, sobre sus modales salvajes y su reputación de mujeriego. Pero también había algo más en él, algo peligroso, algo que me ponía los pelos de punta.

También lo escuché de mi padre, no deja de hablar de esta familia.

—Soy Elif —dije, intentando mantener la voz firme—. Soy una invitada de tu padre.

Enarcó una ceja. —¿Un invitado? —repitió, como si la palabra le resultara extraña—. No sabía que esperábamos a ningún invitado.

—No me han invitado —dije—. Vine a ver a tu padre, porque el consigliere me obligó.

Giró los ojos.

— ¿Y lograste hablar con él? — asiento — ¿De qué hablaron?

Dudé un momento. No estaba segura de cuánto decirle.

— Eso es algo entre tu padre y yo — dije finalmente.

Se rió entre dientes. — Ya veo — dijo — Eres un ser misterioso, ¿no?

—No soy yo quien tiene secretos —dije mirándolo fijamente.

Él se encamina hacia mí con pasos lentos pero firmes, sus manos dentro de los bolsillos lo hacen ver imponente y peligroso. Sin embargo, es algo a lo que estoy acostumbrada desde niña viendo a estos tipos de hombres para los que mi padre trabaja.

Theo queda a unos centímetros de mí y yo sin poder moverme ya que estoy pegada a la puerta.

— Non mi piacciono le puttane come te che vengono nella mia proprietà con arroganza di grandezza. — musita con arrogancia — Tu vivi e forse sei importante per mio padre perché sei un burattino come gli altri.

"No me gusta que perras como tu vengan a mi propiedad con altivez de grandeza. Vives y quizás eres importante para mi padre porque eres una marioneta como los demás."

— Se io sono un burattino, allora tu sei un clown. Sono venuto qui per parlare con il proprietario del circo, non con i clown.

"Si yo soy una marioneta, entonces tu eres un payaso. Vine hasta acá para hablar con el dueño del circo, no con los payasos"

Y sin más, abro la puerta y salgo de ahí dejándolo con la palabra en la boca.

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