Capitulo 35

La lluvia persistía, casi como una constante en el telón gris de esa semana. En el ala norte de la empresa Cisneros, el despacho de Adrián estaba sumido en una penumbra elegante. Las luces tenues bañaban los estantes repletos de documentos, libros de cuero y objetos decorativos que hablaban de poder, herencia y secretos bien guardados. Un reloj de péndulo marcaba las 5 p.m con un tañido profundo.

Adrián caminaba de un lado a otro como un león enjaulado, sus manos entrelazadas detrás de la espalda, la mandíbula apretada, el ceño fruncido. Había convocado al detective.

La puerta se abrió sin sonido, y Mendoza entró con el impermeable aún mojado. Su rostro, curtido por la vida y el deber, se mantenía impasible, pero sus ojos lo decían todo: traía noticias.

—¿Qué averiguaste? —preguntó Adrián sin rodeos, con la voz baja, pero tensa, como una cuerda a punto de romperse.

El detective se sacó el abrigo, lo colgó cuidadosamente y se acercó al escritorio.

—No todo lo que esperaba. Pero sí lo s
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