Estuvieron Aquí.
El vehículo frenó frente a mi edificio y, por un segundo, creí que mi cuerpo iba a moverse solo, impulsado por el puro instinto de llegar hasta Noah. Pero Dorian me sostuvo del antebrazo antes de que pudiera siquiera abrir la puerta.
—Espera —ordenó.
Su voz tenía peso.
Los dos hombres que venían detrás de nosotros bajaron primero. Se dispersaron sin decir palabra: uno hacia la esquina, una caja pequeña en mano; el otro hacia la entrada del edificio, ya hablando por radio. Sus movimientos eran mecánicos, entrenados, demasiado rápidos como para ser improvisados.
Mi corazón chocaba con mis costillas.
—Déjame bajar —susurré, intentando zafarme.
Dorian no me soltó.
—No —replicó, firme.
Vi a uno de los guardias revisar debajo de los autos estacionados. El otro apuntó su linterna a las ventanas del primer piso.
Una parte de mí quería gritarles que dejaran de perder tiempo, que Noah estaba adentro, quizá asustado, quizá… No. No podía pensar eso. No podía permitirme ese abismo.
—Dorian, por fa