Vigilados.
Noah terminó por dormirse en el sillón, acurrucado sobre una manta que Dorian le había puesto con una delicadeza que no esperaba de un hombre que acababa de amenazar a media cuadra con solo existir.
Yo no podía dejar de mirarlos a ambos, como si la imagen no terminara de encajar dentro del mundo que habitaba hacía apenas unas horas.
La luz tenue de la lámpara hacía que todo pareciera más silencioso, más frágil. Como si mi sala se hubiera convertido en una burbuja de cristal a punto de estallar.
Dorian seguía de pie, cerca de la ventana, observando la calle con la mandíbula tensa. Sus hombros, siempre tan firmes, parecían cargados de algo mucho más antiguo que el peligro de esta noche.
Respiré hondo, muy hondo.
—Necesito respuestas —dije al fin. Mi voz se escuchó más pequeña de lo que esperaba.
Dorian no se giró. No del todo.
Solo ladeó un poco la cabeza, apenas lo suficiente para que viera el perfil de su expresión, ese gesto endurecido que me decía que ya estaba armando la frase más