La fortaleza tenía una vida propia cuando caía la noche. Los pasillos, tan llenos de voces durante el día, se sumían en un silencio expectante. Cada lámpara encendida proyectaba sombras que parecían vigilar mis pasos. Yo no soportaba permanecer encerrada en mi habitación, así que me atreví a recorrerla, guiada más por el instinto que por la razón.
Mis pies descalzos se deslizaron sobre el mármol frío mientras avanzaba entre corredores interminables. El aire tenía un olor a piedra húmeda y a polvo, como si el lugar guardara secretos demasiado antiguos. En cada esquina había puertas cerradas con gruesos cerrojos, habitaciones que nadie parecía habitar. Intenté girar el pomo de una, pero no cedió. Otra, más adelante, estaba cubierta por tablones de madera. Me detuve a observarlos. Habían sido clavados hacía tiempo, con clavos oxidados, como si lo prohibido dentro de esa habitación mereciera ser enterrado.
Una inquietud me recorrió la espalda. ¿Qué podía ocultar Dante en esos cuartos sell