“Tu cuerpo, tu alma y tu virginidad, todo, me pertenece a mí” Una joven de 15 años tiene que escoger entre su libertad y la vida de su hermana menor. Eva creía que su desafortunada vida, no podía ser peor, pero se equivoca, al verse obligada a casarse a la fuerza con un hombre discapacitado física y mentalmente. Henry Edwards había sido despojado de todo su patrimonio y fortuna, de la cual disfrutaban los parientes, que más odiaba en la vida. Encarcelado en una habitación de su propia mansión, fuera de su mente y obligado a casarse con una mujer que ni siquiera conocía, ni había elegido, solo por la orden de su tía, para seguirlo humillando. Eva pronto descubre que ha pasado de un calvario a otro. Pero en esta nueva prisión, todo, no es lo que parece. Secretos e intrigas se guardan dentro de la mansión de los Edwards y se da cuenta, de que su nuevo esposo, no es tan tonto como dicen, ni está tan mal de la cabeza. Cuando Henry recupere su mente, ¿qué pensará de esta esposa, con la cual no eligió casarse? ¿Podrá una simple joven desvalida salvar al verdadero heredero de los Edwards y ayudarlo en su venganza? ¿Logrará encontrar Eva a su hermana perdida años atrás? Descubre, cómo una unión forzada entre dos personas tan heridas, puede terminar en amor verdadero.
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— ¡Atrápalas, no las dejes escapar! – se escuchó una exclamación que rompió la quietud del bosque, seguido de varios gritos y ladridos de perros.A través de los árboles en penumbras, dos adolescentes corrían sujetas de las manos, sus ropas viejas y raídas se rompían aún más, al enredarse con los arbustos de espinos y las ramas puntiagudas, tropezaban con las raíces dispersas, pero se sujetaban una a otra, para no dejarse caer completamente.No podían permitirse el ser atrapadas de nuevo y ser llevadas de vuelta al infierno.— ¡No pueden estar muy lejos, suelta a los perros!— la orden de otro hombre se escuchó por encima de la algarabía y los gritos.Por mucho que corrieron y que los pulmones fueron forzados a trabajar hasta el límite posible, sus cortas piernas no podían escapar de las personas que las perseguían detrás de ellas.Eran como animales, cazadas salvajemente en la naturaleza.Eva lo sabía, habían sido descubiertas demasiado pronto y todo el plan de escape estaba frustrado, no podrían huir, no podían correr más que los perros.Elsa estaba en su límite, la sentía a su lado respirando por la boca sin control, tropezaba a cada segundo y ya había dejado hasta un zapato viejo atrás, en esta loca carrera.Si seguían así, las dos serían atrapadas y pasarían una vida, mucho más horrible que la tenían antes.Además, ellos querían a Elsa, no podía permitir que esa m4ldita mujer vendiera a su hermana.Así que con la decisión tomada y casi escuchando el ladrido de los perros a su espalda y los captores, que se acercaban, metro a metro a ellas, recordó que cerca de ahí pasaba un río al que a veces se escabullían para ir a jugar.Apretó la mano de Elsa y cambió la dirección del escape.Su hermana ni siquiera protestó, la siguió como siempre, sin cuestionar.Pronto escucharon el sonido del río bravo que fluía cerca de donde estaban, a pesar de las sombras de la noche en el bosque, Eva se pudo orientar más o menos, pero la oscuridad no fue su aliada para nada y sí, llegó al río, pero por la parte menos adecuada para bajar a él.Delante de ellas un peñasco con el río pasando debajo y detrás los perros, que se acercaban con sus captores.—¡Hermana, no hay salida! - le gritó Elsa, angustiada, cayendo al suelo con las piernas temblando, porque ya no podía sostener su joven cuerpo de 14 años— ¡Eva, hay que tomar otra ruta! - agregó llamando la atención de la otra joven, que se había quedado como en un shock.Trató de levantarse para forzar sus piernas a seguir corriendo y tomar la mano de su hermana, pero esta seguía parada en el mismo sitio, mirando el fondo del peñasco parecido a un abismo sombrío que le sonreía siniestramente.— No hay tiempo, no podemos tomar otra ruta…— susurró, viendo las luces en el bosque que se acercaban hasta su posición.Eva miró a su hermana pequeña intentando levantarse y lágrimas cayeron de sus ojos, no sabía si lo que iba a hacer era lo correcto, quizás mataba a Elsa con sus propias manos, pero lo que sí era seguro, era que su hermana no podía regresar.Preferiría verla muerta una y mil veces, a entregarla para que fuera violada por un viejo asqueroso y pedófilo y al final, igual terminara muriendo bajo una horrible tortura.Mientras ella estuviese viva, eso nunca sucedería.— ¡Allí, están en el peñasco, no dejen que escapen! - se escucharon los gritos y ya los perros estaban prácticamente sobre ellas.Eva levantó con fuerza a Elsa por los hombros, la abrazó llorando y le susurró:“Vive bien, hermana mía y libérate de este infierno, sé libre como el ángel que eres”Elsa no entendía qué pasaba, quiso abrir la boca para preguntarle a Eva, pero se vio de repente cayendo al vacío, sin previo aviso.Agitó sus manos en el aire, mientras su boca gritaba el nombre de su hermana, pero solo veía su silueta parada en el borde del acantilado, mientras sentía como las frías aguas embravecidas del río, se la tragaban completamente.— ¡¡¡¡AAAAHHHHHH!!!!!— gritó Eva, cuando sintió un dolor desgarrador en su pierna, uno de los perros rabiosos la había mordido cruelmente, para evitar que saltara al río.— ¡No la sueltes Felón! - le gritó la orden, el hombre más cruel que Eva había conocido en su vida, Sebastián Jones.Casi se desmaya del dolor al sentir cómo el rottweiler apretó más su mordida y los huesos de su pierna se rompieron dolorosamente.— ¡¿Dónde está la otra?, ¿la hermana pequeña?!— gritó el otro hombre.En realidad, solo eran dos personas, pero no era necesario que fueran más, dos hombres grandes con tres perros, contra dos adolescentes de 14 y 15 años, no era para nada justo por ningún lado.— ¡¡Dime, dónde está la otra, donde está Elsa!!— le preguntó de repente Sebastián, con rabia, tomándola cruelmente del cabello y haciéndola levantar la cabeza a un límite extremadamente doloroso.Eva no podía ver casi lo que tenía delante, solo sombras antes sus ojos, el dolor en la pierna con los dientes incrustados del perro era agonizante, se había mordido la lengua del susto, cuando cayó al suelo, producto del arrastre del rottweiler para impedir que saltara.El sabor a hierro y a sangre inundaban su boca y sus pulmones, aún no se habían recuperado de la carrera suicid4 que habían hecho.Pero, aun así, sonrió en la cara de sus captores con una sonrisa siniestra llena de sangre.— Jamás la tendrán – le dijo escupiendo en la cara, de ese hijo de su put4 madre.— ¡Maldita perra! - escuchó cómo le gritaban, a la vez que una sonora bofetada caía sobre su cara y la arrojaba a la oscuridad de la inconsciencia que estaba buscando, a ver si al menos por unos minutos, podía escapar de esta vida de mierd4, que el destino le había dado.*****“¡Tienes que llevarla a un médico más especializado, porque yo no tengo en mis manos los equipos necesarios para salvarle la pierna!”“Al parecer tiene el peroné o la tibia fracturada, o quizás ambos”“¿Cómo es que no tienen bajo supervisión a un perro tan peligroso en un sitio con niños?”Eva escuchaba en trance la voz del doctor, que siempre venía al orfanato a atender a los niños cuando estaban enfermos, gemía del dolor por todo su cuerpo, pero sobre todo la pierna, sentía como si se la hubiesen aplastado, con un martillo, hueso por hueso.“La llevaremos, claro doctor, pero usted sabe de la situación precaria del orfanato y no tenemos muchos fondos disponibles, así que por favor si me puede dejar algunos medicamentos para la fiebre y mantenerla estable con la infección a raya, en lo que logramos llevarla a la ciudad”“Está bien, está bien, pero le advierto, que si esa pierna no se trata correctamente, incluso puede perderla para siempre”“Madre, no hemos encontrado a la otra chica, al parecer pudo escapar por el río, qué haremos ahora con el pago de ese señor”“No te preocupes, ya idearemos algo, todo por la chiquilla estúpida esta”“¿Y la piensas llevar a operarla como dijo el doctor Müller?”“¡Estás loco, crees que voy a gastar mi dinero en una huérfana!”“Esta fue una desgracia que se buscó para ella misma, pero no voy a dejarla morir para que se libre tan fácilmente”“¡Petra! Le das los medicamentos para la infección y la fiebre, las vendas las cambias de vez en cuando”“¡No tan seguido que no voy a comprar más!”“Tendrá que arreglarse la pierna con eso y si no, que se la corten, a mí no me interesa”“Los medicamentos para el dolor solo cuando esté rabiando, ¡ahorra o lo descontaré de tu salario!”“Sí, señora”Escuchaba Eva en el medio de su inconsciencia, pero a pesar de que pronto se sumergiría en otro nivel más doloroso de su vida, lo haría con la satisfacción de que había salvado a su hermana, eso era lo que importaba y nada más.La música de la sinfonía tocaba la melodía nupcial, la inmensa iglesia, de amplios ventanales coloridos y techos altos abovedados, estaba decorada con flores blancas por doquier, perfumando el ambiente.George solo había estado tan nervioso una vez en su vida.La noche en que le hizo el amor a Helen por primera vez y temía que ella lo rechazara.Hoy, al fin, esta hermosa mujer venía caminando hacia el altar, del brazo de Henry Edwards en sustitución de su padre, y sería suya para siempre.Los Carter, por supuesto que no estaban. Su madre moriría recluida en su habitación, sin salir, y su padre, desde que fue destituido de su puesto, cada día lo veía menos.A veces llegaba a las y tanto de la madrugada tomado, a George no le importaba lo que hiciera con su vida, siempre estaría al pendiente de su madre, pero lo había decidido, Helen y él vivirían en su propia casita, comprada solo para ellos dos.Los elegantes invitados se levantaron de sus bancas de madera a ver la entrada de la glamu
— Pues lo lamento, pero dígale a su jefecita que la logística no se maneja así y que si no sabe hacer bien su trabajo, se puede dedicar a cocinar y planchar en la casa, de donde no deben salir ninguna de ustedes Un hombre de unos 50 años, en traje ejecutivo negro, le hablaba en muy malas formas a una secretaria frente a él.— Sr. Hill, creo que ese comentario machista está de más y claramente mi jefa le avisó de este evento hace como 15 días, dijo que todo estaba bien, ¿cómo sale a última hora con que no tenemos las reservaciones? — ¿Dónde metemos a las invitadas extranjeras? – la chica pelinegra bajita, estaba que echaba chispas.Este hombre era un imbécil que solo estaba saboteando el trabajo de la jefa por pura envidia.Mientras esta discusión iba tomando vuelo, casualmente, la dueña de la compañía caminaba por el pasillo y ante una frase se quedó escuchando al lado de la puerta semiabierta de la oficina.— ¿Ahora me va a amenazar? ¿Quién no sabe aquí que su jefecita, la tal Elsa,
Lo sostuvo con cuidado y amor en un brazo y extendió el otro para ayudar a la elegante mujer, que salió también del interior del Bentley con un ramo de flores en las manos. La familia de tres, caminó entonces unida y en armonía, hacia el interior del mausoleo de piedras blancas, donde dos inscripciones se podían leer en las paredes: «En memoria de Diana Edwards y Román Edwards» — Papá, mamá, ha sido un tiempo sin vernos – Henry Edwards se paró delante de la tumba de sus padres y comenzó a hablarles en voz baja, mientras Eva colocaba las flores frescas en los recipientes de vidrio. Todo estaba impecable, porque una persona se encargaba de limpiar este sitio de reposo de la familia Edwards. — Lamento, no haber venido… todo este tiempo – la voz de Henry se quebró un poco al estar delante de sus padres. Desde que estuvo presente en su silla de ruedas, en ese deprimente entierro, rodeado de víboras que conspiraban en su contra, en todos estos años, nunca más había vuelto. Primero,
Aquí no podía golpearla como estaba acostumbrado o lo descubrirían. Solo que al girarse se perdió un detalle importante. El mencionar el nombre de Alejandra activó algo dentro de los ojos perdidos de Grace, una comprensión, un recuerdo de lucidez. Su hija, su amada hija, había sido asesinada por los planes de este sádico que al final ni se arrepentía, ni le importaba nada, solo él mismo. Mientras su hija se pudría, fría y sola bajo tierra, él seguía viviendo y respirando, no lo dejaría, no lo permitiría, ella era su madre y la vengaría. La próxima vez que Albert Edwards se giró para enfrentar a su esposa, solo vio la muerte de frente y un dolor agudo de algo afilado, clavándose en su cuello y desgarrando sus venas una y otra vez, una y otra vez. Quería empujarla, defenderse, gritar para pedir ayuda, pero la sangre salía del costado de su cuello a presión, manchando las paredes, su propio cuerpo y la cara de Grace. Encarnizada y enloquecida, sin sus medicamentos de sedación, le
Patricia miró el libro de visitas en su mano y leyó el nombre de la persona, que vería a su paciente al otro día, su esposo, Albert Edwards. — Estela, pásame un momento el teléfono – le pidió a la recepcionista y marcó el número que le habían dejado para comunicarse. — Dime – una voz masculina se escuchó del otro lado al conectarse la llamada. — Mañana le puedo enviar el telegrama que me pidió – improvisó una conversación completamente falsa, pero Leroy la entendió. Lo que habían esperado, sucedería. Albert iría a visitar a Grace para intentar sacarle el paradero de las joyas. — Haz como quedamos y no falles, ese telegrama es muy importante – le respondió sin dar muchos detalles, todo ya había sido más que hablado entre ellos. — Por supuesto, no se preocupe, buena tarde— y con la misma colgó y se volvió a dirigir al ala de la cual era encargada. Entró en el cuartico de la paciente Grace Edwards, que como siempre, acunaba en sus brazos a una muñeca vieja y le hablaba a veces com
Henry le dijo y con la misma se alejó para acompañar a su esposa, sentada en un banco próximo, dejando al abogado más tranquilo. No quería exponerla a esto tan desagradable, pero Eva insistió en venir. — ¿Estás bien mi amor? ¿Tienes hambre? Hoy te levantaste muy temprano, debes estar agotada – la haló a sus brazos y le acomodó la cabeza sobre su hombro. — Estoy bien, solo, cuando salgamos pasemos por el restaurante que vende esa comida tan deliciosa – Eva le respondió cerrando los ojos, rodeada de tanto cariño. Desde que salió embarazada, Henry estaba más empalagoso de lo normal y eso que ya era un dulce derretido con ella. El corazón de Eva se sentía cálido y radiante de alegría. — Creo que este bebé va a ser un glotón, me dejará en banca rota… — acarició la panza inexistente de Eva y comenzó a burlarse de ella. Estaban metidos en su burbuja rosa, mientras, dentro de la sala del juzgado, se decidía el destino de tres personas. Como a la hora, salió el veredicto. Stuart Donov
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