“Tu cuerpo, tu alma y tu virginidad, todo, me pertenece a mí” Una joven de 15 años tiene que escoger entre su libertad y la vida de su hermana menor. Eva creía que su desafortunada vida, no podía ser peor, pero se equivoca, al verse obligada a casarse a la fuerza con un hombre discapacitado física y mentalmente. Henry Edwards había sido despojado de todo su patrimonio y fortuna, de la cual disfrutaban los parientes, que más odiaba en la vida. Encarcelado en una habitación de su propia mansión, fuera de su mente y obligado a casarse con una mujer que ni siquiera conocía, ni había elegido, solo por la orden de su tía, para seguirlo humillando. Eva pronto descubre que ha pasado de un calvario a otro. Pero en esta nueva prisión, todo, no es lo que parece. Secretos e intrigas se guardan dentro de la mansión de los Edwards y se da cuenta, de que su nuevo esposo, no es tan tonto como dicen, ni está tan mal de la cabeza. Cuando Henry recupere su mente, ¿qué pensará de esta esposa, con la cual no eligió casarse? ¿Podrá una simple joven desvalida salvar al verdadero heredero de los Edwards y ayudarlo en su venganza? ¿Logrará encontrar Eva a su hermana perdida años atrás? Descubre, cómo una unión forzada entre dos personas tan heridas, puede terminar en amor verdadero.
Leer másLa música de la sinfonía tocaba la melodía nupcial, la inmensa iglesia, de amplios ventanales coloridos y techos altos abovedados, estaba decorada con flores blancas por doquier, perfumando el ambiente.George solo había estado tan nervioso una vez en su vida.La noche en que le hizo el amor a Helen por primera vez y temía que ella lo rechazara.Hoy, al fin, esta hermosa mujer venía caminando hacia el altar, del brazo de Henry Edwards en sustitución de su padre, y sería suya para siempre.Los Carter, por supuesto que no estaban. Su madre moriría recluida en su habitación, sin salir, y su padre, desde que fue destituido de su puesto, cada día lo veía menos.A veces llegaba a las y tanto de la madrugada tomado, a George no le importaba lo que hiciera con su vida, siempre estaría al pendiente de su madre, pero lo había decidido, Helen y él vivirían en su propia casita, comprada solo para ellos dos.Los elegantes invitados se levantaron de sus bancas de madera a ver la entrada de la glamu
— Pues lo lamento, pero dígale a su jefecita que la logística no se maneja así y que si no sabe hacer bien su trabajo, se puede dedicar a cocinar y planchar en la casa, de donde no deben salir ninguna de ustedes Un hombre de unos 50 años, en traje ejecutivo negro, le hablaba en muy malas formas a una secretaria frente a él.— Sr. Hill, creo que ese comentario machista está de más y claramente mi jefa le avisó de este evento hace como 15 días, dijo que todo estaba bien, ¿cómo sale a última hora con que no tenemos las reservaciones? — ¿Dónde metemos a las invitadas extranjeras? – la chica pelinegra bajita, estaba que echaba chispas.Este hombre era un imbécil que solo estaba saboteando el trabajo de la jefa por pura envidia.Mientras esta discusión iba tomando vuelo, casualmente, la dueña de la compañía caminaba por el pasillo y ante una frase se quedó escuchando al lado de la puerta semiabierta de la oficina.— ¿Ahora me va a amenazar? ¿Quién no sabe aquí que su jefecita, la tal Elsa,
Lo sostuvo con cuidado y amor en un brazo y extendió el otro para ayudar a la elegante mujer, que salió también del interior del Bentley con un ramo de flores en las manos. La familia de tres, caminó entonces unida y en armonía, hacia el interior del mausoleo de piedras blancas, donde dos inscripciones se podían leer en las paredes: «En memoria de Diana Edwards y Román Edwards» — Papá, mamá, ha sido un tiempo sin vernos – Henry Edwards se paró delante de la tumba de sus padres y comenzó a hablarles en voz baja, mientras Eva colocaba las flores frescas en los recipientes de vidrio. Todo estaba impecable, porque una persona se encargaba de limpiar este sitio de reposo de la familia Edwards. — Lamento, no haber venido… todo este tiempo – la voz de Henry se quebró un poco al estar delante de sus padres. Desde que estuvo presente en su silla de ruedas, en ese deprimente entierro, rodeado de víboras que conspiraban en su contra, en todos estos años, nunca más había vuelto. Primero,
Aquí no podía golpearla como estaba acostumbrado o lo descubrirían. Solo que al girarse se perdió un detalle importante. El mencionar el nombre de Alejandra activó algo dentro de los ojos perdidos de Grace, una comprensión, un recuerdo de lucidez. Su hija, su amada hija, había sido asesinada por los planes de este sádico que al final ni se arrepentía, ni le importaba nada, solo él mismo. Mientras su hija se pudría, fría y sola bajo tierra, él seguía viviendo y respirando, no lo dejaría, no lo permitiría, ella era su madre y la vengaría. La próxima vez que Albert Edwards se giró para enfrentar a su esposa, solo vio la muerte de frente y un dolor agudo de algo afilado, clavándose en su cuello y desgarrando sus venas una y otra vez, una y otra vez. Quería empujarla, defenderse, gritar para pedir ayuda, pero la sangre salía del costado de su cuello a presión, manchando las paredes, su propio cuerpo y la cara de Grace. Encarnizada y enloquecida, sin sus medicamentos de sedación, le
Patricia miró el libro de visitas en su mano y leyó el nombre de la persona, que vería a su paciente al otro día, su esposo, Albert Edwards. — Estela, pásame un momento el teléfono – le pidió a la recepcionista y marcó el número que le habían dejado para comunicarse. — Dime – una voz masculina se escuchó del otro lado al conectarse la llamada. — Mañana le puedo enviar el telegrama que me pidió – improvisó una conversación completamente falsa, pero Leroy la entendió. Lo que habían esperado, sucedería. Albert iría a visitar a Grace para intentar sacarle el paradero de las joyas. — Haz como quedamos y no falles, ese telegrama es muy importante – le respondió sin dar muchos detalles, todo ya había sido más que hablado entre ellos. — Por supuesto, no se preocupe, buena tarde— y con la misma colgó y se volvió a dirigir al ala de la cual era encargada. Entró en el cuartico de la paciente Grace Edwards, que como siempre, acunaba en sus brazos a una muñeca vieja y le hablaba a veces com
Henry le dijo y con la misma se alejó para acompañar a su esposa, sentada en un banco próximo, dejando al abogado más tranquilo. No quería exponerla a esto tan desagradable, pero Eva insistió en venir. — ¿Estás bien mi amor? ¿Tienes hambre? Hoy te levantaste muy temprano, debes estar agotada – la haló a sus brazos y le acomodó la cabeza sobre su hombro. — Estoy bien, solo, cuando salgamos pasemos por el restaurante que vende esa comida tan deliciosa – Eva le respondió cerrando los ojos, rodeada de tanto cariño. Desde que salió embarazada, Henry estaba más empalagoso de lo normal y eso que ya era un dulce derretido con ella. El corazón de Eva se sentía cálido y radiante de alegría. — Creo que este bebé va a ser un glotón, me dejará en banca rota… — acarició la panza inexistente de Eva y comenzó a burlarse de ella. Estaban metidos en su burbuja rosa, mientras, dentro de la sala del juzgado, se decidía el destino de tres personas. Como a la hora, salió el veredicto. Stuart Donov
Último capítulo