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— ¡Suéltenme, por favor, déjenme ir, tengan piedad, suéltenme, por favor…! - gritaba Eva desesperada mientras era arrastrada por dos hombres vestidos como el resto del servicio.

A pesar de sus gritos y sus súplicas, siguió siendo llevada a la fuerza hasta su nueva habitación, según las indicaciones de la Sra. Grace Edwards, la tía del susodicho futuro novio, Henry Edwards.

No les importó ni siquiera las escaleras y la arrastraron sin piedad hasta el tercer piso de la mansión y la lanzaron al último cuarto del pasillo, que estaba más oscuro que la boca de un lobo.

Al verse arrojada brutalmente al suelo, Eva intentó levantarse, pero su pierna herida no estaba cooperando para nada, así que se arrastró hasta la puerta cerrada y comenzó a darle golpes.

— ¡¡Abran, por favor, por favor, señora, haré todas las tareas que me mande, limpiaré su casa, los baños, todo lo que nadie quiere hacer lo haré!

— ¡Seré su esclava, pero por favor déjeme salir, no quiero casarme con nadie!, ¡¡¡no quiero casarme…!!!— gritaba Eva hasta que su voz se quebró y finalmente esta vez no pudo aguantar las gruesas lágrimas que caían por sus ojos.

En el medio de sus golpes frenéticos a la puerta y sus gritos desesperados, escuchó el sonido de unos tacones que se acercaban hasta donde estaba y pensó ilusamente que esa señora se había apiadado de ella.

— ¡Cállate de una maldit4 vez, que tu voz me está dando dolores de cabeza!, ¡Lo creas o no, estoy siendo benevolente contigo! - le gritó con molestia.

Esperaba que esta chica entrara rápidamente en razón, porque había pagado más de lo que valía y no quería tener que volver a ir a ese sucio lugar a buscar un reemplazo.

Además, donde encontraría a otro esperpento como ella, nadie le parecía más perfecta para el presuntuoso de su sobrino, que esta coja andrajosa.

— ¡Tienes dos opciones, o aceptas casarte con mi sobrino y vivir bajo mis arreglos o te encierro hasta que seas mayor de edad, llamo a la policía y te acuso de robar una de mis costosas joyas, para que te encierren de por vida en la cárcel, tú eliges!

Le propuso, silenciando efectivamente los gritos de Eva, que, entre sus sollozos, estaba entendiendo finalmente que no habría una escapatoria fácil para esta situación.

Estaba segura de que las amenazas de esta cruel mujer no eran un farol.

Con solo unas palabras de una persona tan rica, la enviarían de cabeza a una cárcel real de por vida o al menos por muchos, muchos años.

— Veo que ya vas entendiendo cómo es tu situación

— Así que te aconsejo que aguantes calladita y bien portada, todas mis órdenes o vete despidiendo de tu libertad— sentenció Grace y se marchó taconeando un poco estresada por haberse alterado.

Iba feliz pensando en todas las humillaciones que le tendría preparadas a su sobrinito.

Eva temblaba contra la puerta, sollozando ¿qué iba a hacer ahora?

Por lo menos conocía como era el ambiente del orfanato, pero aquí, estaba en un lugar nuevo, con nuevas reglas de tortura que no conocía y, por lo tanto, no sabía cómo hacerle frente.

Intentó calmarse, respirar profundo, primero saber sobre dónde estaba ahora, aunque el hecho de que el cuarto estuviese en penumbras no ayudaba mucho.

La oscuridad es algo que atemoriza a cualquier persona y más a una asustada.

— ¡¡¡Aaaaahhhhhh!!!!— gritó de repente con terror y se arrastró, pegando su espalda temblorosa a la puerta y mirando hacia la esquina del cuarto donde estaba segura de que una persona la miraba.

Eva se obligó a callarse a la fuerza, a pesar del hecho, de que, obviamente, había unos ojos fijos en ella, pero la “persona” no se había movido de la esquina donde estaba… ¿sentada?

— ¡¿Qué… qué quieres… quién eres…?! - comenzó la joven a preguntarle tartamudeando, pero no escuchó ninguna respuesta

— Yo…yo no quise molestarte, me arrojaron aquí en contra de mi voluntad… no me hagas daño, por favor… — le suplicó, por último.

La puerta estaba completamente cerrada, lo había comprobado ya, así que estaba encerrada con quien fuera que la espiaba entre las sombras y posiblemente no fuera para nada bueno.

Eva intentó comunicarse de varias formas con la otra persona prisionera en la habitación sin éxito alguno.

Ni siquiera había visto la silueta moverse un poco. ¿Sería que su temor le estaba jugando una mala pasada?

Tal vez era solo un maniquí como ese que usaba la Señora Talbot para enseñarles del cuerpo humano.

Un ser humano no debería estar tan estático en la misma posición durante tanto tiempo, ¿o sí?…

Eva no sería la más valiente del mundo, pero tampoco la más cobarde, decidió que no se quedaría todo el día tirada en el suelo, esperando a que las cosas se resolvieran solas.

Se levantó gimiendo de dolor por todo el cuerpo, como ya era normal en ella y entre las sombras, vio que la ventana estaba tapada por una gruesa cortina oscura que bloqueaba toda la luz.

Lo único malo es que esa ventana estaba muy cerca de ese “maniquí”.

Dándose ánimo y valor interno, comenzó a caminar despacito hasta el sitio, con cuidado de no tropezar con algo, aunque no veía mucho, algunas siluetas se distinguían y pudo sortear poco a poco los obstáculos, hasta que llegó a la cortina.

“Es solo un muñeco sentado”, pensó en su interior y agarró los dos bordes de la pesada cortina para abrirla y dejar entrar de repente el sol.

La cortina parece que no se había lavado en mucho tiempo y tenía acumulado polvo, así que Eva se encontró tosiendo, sofocada, por todo el polvillo que se coló por su nariz.

Pero la tos quedó atorada en su garganta, cuando miró hacia el sitio donde sentía la “presencia” y descubrió con horror que no era ningún maniquí, sino un hombre de verdad, sentado en una silla de ruedas que la miraba fijamente.

Se tapó la boca para evitar gritar nuevamente y con los ojos asombrados, miraba sin pestañear hacia el hombre.

¿Qué decía? ¿Qué iba a hacer?

¿Por qué ese hombre no le había hablado hasta ahora?

¿Estaba esperando a que se acercara para atacarla?… miles de preguntas se agolpaban en su mente y no sabía cómo salir de esta situación tan bizarra y extraña.

— Ho… Hola, mi nombre es E… Eva - tartamudeó una presentación, pero como de costumbre nada de respuestas

— No… no quiero invadir tu cuarto, yo solo…como viste…me dejaron encerrada aquí y no puedo salir.

Pero el hombre no dio señales de querer aclararle nada.

Entonces Eva se dio cuenta, que la expresión del desconocido no estaba del todo bien, es cierto que la miraba, pero a la vez no parecía que se estuviese fijando en ella.

Su mirada era vacía y sin vida.

Eva incluso se movió un poco hacia el costado, sin embargo, el hombre no hizo por seguirla con la vista.

Solo observaba un punto fijo, ¿como extraviado o mal de la cabeza?…

La joven estaba extremadamente confundida.

Es obvio que este hombre no era “normal”, además estaba en unas condiciones precarias, al igual de sucio, que esta habitación.

Eva lo miró ahora con más confianza, que parecía que no se iba a levantar de su silla de ruedas a agredirla en cualquier momento.

Estaba delgado, se notaba que era un hombre alto, pero ahora estaba encorvado, con el pelo rubio, revuelto y sucio, al igual que una larga barba descuidada.

Sus ojos grises vacíos miraban a la nada.

La ropa que usaba era de buena calidad, pero no se podía decir el color en específico, por toda la suciedad y hasta restos de alimentos secos que tenía.

No sabía quién era este hombre, pero lo que sí era seguro, era que no lo querían mucho en esta casa tampoco.

Estaba prisionero en este descuidado cuarto, al igual que ella, y lo mantenían en las sombras como un fantasma terrorífico.

Eva miró a su alrededor, a pesar del lujoso mobiliario, nada podía lucir bajo esa capa de polvo y suciedad.

Todo en este ambiente olía a moho y a viejo, a decadencia y te llevaba a deprimirte hasta el final.

De repente, un sonido en la puerta la puso alerta, alguien estaba entrando en la habitación.

Se giró asustada y se encontró con su “benefactora”, que entró a la habitación con cara de disgusto y tapándose la nariz con un delicado pañuelo bordado.

— Veo que ya dejaste de gritar, espero que te vayas adaptando a tu nueva situación

—Tu tarea en esta casa es solo ser una buena esposa, así que creo que te he mejorado la vida, a como era antes en ese orfanato cutre que vivías.

— No me tienes que agradecer – agregó, sin ni siquiera dejar hablar a Eva, que en realidad no tenía ninguna intención de agradecerle

— En unos días te casarás, sin rechistar.

Eva cerró los ojos con cansancio.

No sabía qué tipo de juego sádico se traía esta mujer rica entre manos, pero como siempre, descubrió con impotencia, que ella solo era un peón del destino cruel y poco podía hacer para cambiar las cosas.

Su voluntad, no valía nada.

— ¿Con quién me voy a casar? – preguntó finalmente mirando a la mujer que tenía delante, aunque en su corazón ya tenía una suposición.

— ¡Oh, querida, qué descuido el mío, no presentártelo! – exclamó con falso arrepentimiento

— Eva, te presento a tu futuro esposo, el señor Henry Edwards, allí detrás de ti, sentado en su silla de ruedas, esperando a su bellísima esposa.

— ¡Un inválido loco con una huérfana coja, qué aberrante combinación! - comenzó a reírse con ganas de su denigrante chiste.

Eva miró hacia atrás, con tristeza, al hombre que sería su esposo.

Henry Edwards, no se estaba enterando para nada, que había caído un peldaño más en su vida, de ser un heredero multimillonario, joven y prometedor, a ser un pobre hombre tonto, que además de no poder valerse por él mismo, iba a ser unido a fuerza con una mujer, que no conocía y a la que jamás en su vida hubiese elegido como esposa, de ser el Henry Edwards de antes.

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