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Aquí no podía golpearla como estaba acostumbrado o lo descubrirían.

Solo que al girarse se perdió un detalle importante.

El mencionar el nombre de Alejandra activó algo dentro de los ojos perdidos de Grace, una comprensión, un recuerdo de lucidez.

Su hija, su amada hija, había sido asesinada por los planes de este sádico que al final ni se arrepentía, ni le importaba nada, solo él mismo.

Mientras su hija se pudría, fría y sola bajo tierra, él seguía viviendo y respirando, no lo dejaría, no lo permitiría, ella era su madre y la vengaría.

La próxima vez que Albert Edwards se giró para enfrentar a su esposa, solo vio la muerte de frente y un dolor agudo de algo afilado, clavándose en su cuello y desgarrando sus venas una y otra vez, una y otra vez.

Quería empujarla, defenderse, gritar para pedir ayuda, pero la sangre salía del costado de su cuello a presión, manchando las paredes, su propio cuerpo y la cara de Grace.

Encarnizada y enloquecida, sin sus medicamentos de sedación, le
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