006

La vida de Eva comenzó en la mansión de los Edwards como otra doncella más.

Haciendo las tareas que le mandaban, soportando las burlas y maldades de las demás, pero nada a que no estuviese acostumbrada.

Intentaba cuidar de Henry lo mejor que podía y un día llegaron los enfermeros que lo atendían a bañarlo y cambiarle sus aditamentos médicos.

Esperaba que al menos le lavaran un poco la cabeza porque ciertamente se notaba que lo lavaban muy por arribita.

Efectivamente, como sospechó, nada de cabeza, un baño como quiera y punto.

Eva les pasó un conjunto de ropa limpia que había lavado ayer y ellos lo cambiaron y lo sacaron del baño sentado de nuevo en su silla de ruedas.

— No olvides el medicamento— le recordó un cuidador al otro, que asintió y sacó un bote de pastillas azules.

Le dio dos a Henry con ayuda de un poco de agua recogida en el grifo y salieron como mismo habían llegado, solo dejándole a Eva un ungüento para aplicarles a las heridas del rostro.

Sin preguntar siquiera cómo se había herido así el paciente.

Eva suspiró mirando a Henry, no podían seguir con este grado de suciedad.

Lo arrastró de nuevo al baño, que habían dejado hecho un desastre, pegó la silla al borde del lavabo y echó la cabeza de Henry hacia atrás, con mucho cuidado y poco a poco, fue lavándole el pelo con jabón y agua.

Tuvo que enjuagar varias veces, pero finalmente algo del pelo rubio de Henry hizo su aparición.

Igual lavó su enmarañada barba, quitando restos pegados, que incluso tuvo que cortar con una tijera y más a menos, le dio algo de forma al nido de pájaro en la cara y la cabeza del hombre.

Mirando satisfecha su obra maestra, lo llevó de nuevo a su sitio al lado de la ventana y comenzó a secarle el cabello con una toalla.

— Henry, mira qué lindo amaneció el día, tienes que animarte porque al menos estás vivo y eso es algo bueno.

— Quizás en algún momento puedas recuperar tu mente, quién sabe, eres un hombre joven, así que debes luchar con fuerza— comenzó con su monólogo en lo que desenredaba, con mucha paciencia, el pelo lacio de Henry, que como de costumbre, solo miraba a la nada.

Ella le hablaba de todo con confianza, pensando que había encontrado a un excelente oyente para que escuchara todos sus agravios y las aventuras desastrosas de su vida.

Henry no la juzgaría si ni siquiera tenía idea de lo que sucedía a su alrededor, o al menos, eso era lo que Eva creía.

Estaba riendo de un chiste que ella mismo hizo, sobre un día que tuvo que perseguir a un cerdo, cuando miró por la ventana que daba al jardín lateral de la mansión.

Vio a una hermosa joven con rizos rubios, muy elegantemente vestida, paseando y riendo por el jardín, acompañada de otro hombre, igual joven, vestido como un caballero rico.

Eva se quedó mirando porque siempre le llamaba la atención las cosas hermosas como a cualquier chica de 17 años.

Suspiró bajando la cabeza. Nada que tuviese que ver con ella, que se encontraba a miles de mundos de distancia de esas personas.

Solo tenía que hacer su trabajo y pasar desapercibida como un fantasma.

Buscar la oportunidad de salir a averiguar por su hermana y sobrevivir.

Pero los planes no siempre salen como uno se imagina.

******

— ¡¿En serio crees que con solo una diminuta disculpa te vas a salir de esto?!— le gritaba la chica de rizos rubios, que parecía un gentil ángel mientras paseaba por el jardín y que ahora se comportaba como una arpía.

— Señorita, yo lo lamento mucho, discúlpeme por favor.

— Lavaré de inmediato sus zapatos— le suplicó Eva, aún tirada en el suelo, soportando el escozor de la leche caliente humeante, que había caído sobre su mano cuando, entrando en la habitación para darle el desayuno a Henry, se topó con esta chica saliendo.

— ¡¿Te atreves a tocarme asquerosa?!— exclamó echándose hacia atrás y evitando la mano de Eva que iba a limpiarle los zapatos, a penas sucios por unas pocas gotas.

— ¡Estos zapatos son hechos a medida por uno de los mejores estilistas del país y ahora los has arruinado!, ¿piensas que solo una limpieza va a solucionar lo que has hecho?

— Alejandra, no seas tan mala con la chica— le dijo de repente el joven que hasta hace un momento contemplaba al lado todo el espectáculo

— Si quiere limpiar tus zapatos, deberías dejarla enmendar su error

Agregó fingidamente comprensivo y Eva se alegró ilusamente de que alguien finalmente se apiadara de ella, pero sus palabras de agradecimiento se quedaron atascadas ante la siguiente frase del joven.

— Ya que está tan arrepentida, debería demostrarlo.

— He escuchado que la lengua es excelente para absorber los líquidos y además mira, incluso tienes fango de jugar en el jardín, ella debería ser capaz de limpiar todo eso y dejarlo brillando, ¿verdad?— dijo con malicia sonriendo cínicamente y Alejandra entendió perfectamente el plan de su hermano.

Le daba un poco de asco tener la saliva de esta andrajosa en sus zapatos exclusivos, pero por ver un buen show valía la pena.

— Es cierto lo que dice mi hermano, si tanto quieres disculparte, entonces tendrás que hacer todo lo necesario para mostrar tu sinceridad.

— Por ejemplo, limpia bien mis zapatos con tu lengua, asegúrate de quitar la suciedad de la suela— ordenó estirando el pie y poniéndolo frente a la cara de Eva, que no podía creer que en realidad estos chicos fueran tan crueles.

— Yo…yo tengo un paño limpio… por favor…— comenzó a suplicar, aunque sabía que era inútil.

— ¡¡Con la lengua!!, ¿O acaso no escuchaste?, ¿no estabas muy arrepentida? – le gritó la rubia frunciendo el ceño con impaciencia.

Gruesas lágrimas comenzaron a caer por los ojos de Eva, a pesar de que trataba inútilmente de aguantarlas.

La invadía de nuevo ese sentimiento de impotencia, de sentirse como un sucio trapo, justo como estaba siendo utilizada ahora.

Bajó la cabeza, cerró los ojos con agonía y cada célula de su cuerpo se recibía a esta humillación. Se debatía entre obedecer o rebelarse a pesar de las consecuencias.

— ¿Qué están haciendo aquí en esta habitación? - se escuchó de repente la voz de Grace que se asomaba a la puerta.

Había estado buscando a sus hijos, que llegaron hace poco de sus vacaciones escolares y no los veía por ningún sitio.

Se imaginó que probablemente, habían ido a burlarse de su primo y efectivamente aquí estaban.

— ¡Madre! - la llamó Alejandra coquetamente acercándose a su madre, con una cara de inocencia total, muy lejos de la que estaba mostrando ahora mismo, mientras obligaba a una joven infeliz a lamerle sus zapatos sucios.

— Pequeña princesa, cuántas veces les he dicho que no vengan a esta inmundicia de cuarto.

— No quiero que sus ojos se ensucien con ese esperpento— le dijo Grace acariciando el suave cabello de su hija

— ¿Robert, no te he dicho que cuides bien a tu hermana? - miró a su hijo mayor con dureza.

Ella había visto muy bien lo que estaban tratando de hacer ellos dos con la coja y estaba casi segura, de que la idea salió de la cabeza de su hijo.

Ale era demasiado inocente para pensar en esos actos macabros, pero siempre le seguía la corriente a su hermano.

No es que a Grace le importara mucho lo que sus hijos hicieran con la servidumbre, pero ahora tenía que darle noticias importantes y no podía dejarlos perder el tiempo en bromas de niños.

— Madre, solo estábamos jugando un poco, no te lo tomes tan en serio, es solo una doncella - le respondió, sin darle importancia al asunto.

— No regañes al hermano mamá, esa chica me ensució los zapatos, cada día contratas a personas más incompetentes, mírala a ella, parece una mendiga— lo defendió Alejandra.

— ¡Recoge todo el desastre que hiciste y la próxima vez no te irás solo con un regaño! - le gritó Grace a Eva, que se había quedado acurrucada en el suelo, secándose las lágrimas y asintiendo.

Luego, la familia de tres salió del cuarto camino a la sala para ponerse al día y Grace contarles sobre las buenas nuevas.

Antes de salir del cuarto, Robert miró de forma extraña hacia la nueva doncella en el suelo, todo tipo de ideas macabras, formándose en su mente enferma y asquerosa.

Eva se quedó un rato llorando en el suelo mientras recogía los restos de comida y la porcelana rota.

Las astillas herían sus dedos, pero a ella no le interesaba, más le dolía el corazón.

*****

Una mañana cualquiera que se disponía a hacer lo mismo de todos los días, se asombró cuando de repente la Sra. Grace entró de golpe en la habitación.

— Mañana te casas con mi sobrino— le dijo sin darle muchos rodeos y el corazón de Eva se apretó en su pecho

— El ama de llaves te indicará, todo lo que es necesario preparar, para cuando venga el notario a casarlos.

— Creo que está de más decirte todo lo que puede pasar si te atreves a hacer algo incorrecto mañana.

Agregó de repente amenazante, acercándose a Eva y mirándola como un halcón a su presa.

Eva se estremeció por todo su cuerpo con un sudor frío.

— Mañana, solo tiene que decir si acepto y nada más.

— Si te atreves a hablarle algo a las personas que vienen o formar algún show, te puedo asegurar que yo personalmente me encargaré de hacer tu vida peor que un infierno— le dijo

— Solo tienes que convertirte en la esposa huérfana y coja de mi sobrino tonto, ¿entiendes?, solo eso.

— ¡Dime si me expliqué con claridad!— exigió, haciendo que Eva se sobresaltara por el tono alto.

— Muy claro, señora— respondió con la cabeza baja.

— Me alegro de que hayas entendido, mientras hagas lo que se te indica, vivirás con tranquilidad, pero no me gustan los peones desobedientes, así que, espero que nunca pase por tu cabecita andrajosa el tramar algo contra nosotros o puedes darte por muerta— sentenció, para luego ir a darle la medicina a su sobrino y marcharse.

Lloviera, tronara o relampagueara, ya fuera los enfermeros o la Sra. Grace, Henry siempre se tomaba esas dos cápsulas de lo que parecían unas vitaminas.

Eva tenía las piernas flojas, ni siquiera se había acordado que era su cumpleaños 18.

Le preocupaba mucho el estarse dando cuenta, de que la idea de poder salir a buscar a su hermana, era demasiado ilusa.

Nunca podría salir de esta prisión, ni con 18 años, ni con sesenta.

La Sra. Grace jamás confiaría en ella, había demasiados secretos ocultos que nadie podía saber y el mayor de todos, era el hombre que sería su futuro esposo.

— Henry lo siento, no quiero que me odies, tampoco quiero este matrimonio, ni siquiera me dijeron en el orfanato que me querían para casarme contigo— le explicaba con ojos rojos al hombre, mientras le acomodaba la manta en las piernas con las manos temblorosas.

*****

— ¿Acepta usted al Sr. Henry Edwards como su esposo, para respetarlo y cuidarlo en la salud y en la enfermedad, serle fiel, hasta que la muerte los separe? - le preguntó el señor que estaba oficiando esta deprimente ceremonia de bodas.

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