Vanessa
Ya estábamos de regreso en el país después de aquella lujosa luna de miel en la que me había llevado. Dorian me había colmado de regalos: joyas que ni siquiera sabía si algún día usaría, decenas de vestidos de diseñador y ropa interior tan provocativa que me hacía sentir más un trofeo que una esposa.
El silencio en la limusina era incómodo. Él revisaba su móvil con una expresión fría, como si el mundo entero dependiera de esos mensajes. Alguna de sus negocios sucios e ilegales. Me imagino sin dudas alguna.
—¿Todo bien? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla.
—Sí… —respiré hondo—. Quiero saber algo.
—Ajá. Dime —respondió distraído.
—¿Podré seguir trabajando?
Su mirada se alzó de golpe. Esos ojos grises se clavaron en mí, helándome la sangre.
—No —su voz sonó tajante—. Estás casada con un hombre millonario, Vanessa. No necesitas trabajar.
Apreté los puños con fuerza, conteniendo la rabia que empezaba a hervir en mi pecho.
—¿Y qué se supone que haré todo el día? —pregunté c