La puerta del estudio volvió a sacudirse, esta vez con una vehemencia que rompió la tensa calma.
—¡Jefes! —La voz del guardia, grave y profunda, sonó mucho más urgente al otro lado de la madera—. Es importante.
Félix fue el primero en reaccionar, no con una palabra, sino con un movimiento imperceptible de su cuerpo. Giró hacia la puerta con un dominio silencioso y absoluto, la clase de autoridad que hacía a cualquiera arrodillarse por instinto. Luca se enderezó con una lentitud teatral, acomodándose la chaqueta sobre los hombros como si se preparara para un desfile y no para otro potencial desastre.
Yo me quedé en el centro del fuego cruzado, sintiendo mi pulso latir con una frecuencia demasiado alta para considerarse humana.
Félix abrió la puerta apenas lo suficiente, manteniendo la privacidad del estudio.
—Habla —ordenó.
El guardia tragó saliva, su rostro pálido se asomó por la abertura.
—Jefe, creí que… creí que tenían que ver esto ustedes. En persona.
Félix lo miró con esa quietud