Capítulo 18

Félix no pronunció una sola palabra mientras subíamos las escaleras, pero su silencio era más elocuente que cualquier grito. Su mano seguía aferrando la mía, firme, cálida, sin soltarme, como si aún no estuviera convencido de que yo estaba completa, viva, intacta, después de la violenta irrupción en la planta baja. Cada paso que daba era tenso, contenido, eléctrico. Podía sentir el peso de su respiración contenida, el temblor invisible que trataba de ocultar, el residuo del miedo y la furia mezclados bajo la piel. Era la calma artificial que precede al desastre, el control que un hombre como él ejercía sobre su propia tormenta interna.

Cuando llegamos al pasillo superior, no se detuvo un instante. Caminó directo hacia la puerta de su habitación, sin mirar a ningún lado. Abrió y, sin soltar mi mano, me guio hacia el interior.

Y entonces… la cerró detrás de nosotros.

Lo hizo despacio, con un gesto deliberado y profundo, como si no estuviera simplemente cerrando una puerta, sino sellando
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