Anne recordaba la primera noche de amor con su esposo, cuando nadie había intervenido para separarlos.
La noche había caído sobre la mansión con la suavidad de un terciopelo oscuro. Desde las grandes ventanas del pasillo principal se filtraban los últimos destellos de luna, y el silencio apenas era interrumpido por el rumor lejano del viento que agitaba los árboles del jardín. Anne avanzaba lentamente por el pasillo con el corazón acelerado, cada paso resonando suavemente sobre el mármol como si la casa entera supiera a dónde se dirigía.
El día había sido largo, cargado de conversaciones tensas y recuerdos que ella prefería enterrar, pero todo eso parecía quedar atrás ahora que sus pies la llevaban a la habitación de Alexander. No era la primera vez que entraba ahí, pero esa noche algo era distinto. Había un magnetismo invisible que la impulsaba, una promesa en el aire que no se atrevía a nombrar.
Cuando llegó a la puerta, dudó apenas un segundo antes de llamar suavemente.
—Adelante