Anne recordaba esa noche con Alexander, aquella en la que ambos se habían entregado sin miedo y con amor. Ese recuerdo era un refugio, una pequeña luz en medio de todo el torbellino que la rodeaba. Pero ahora, al abrir los ojos a la realidad, sabía que no podía permitirse el lujo de quedarse atrapada en esas memorias. Había un asunto mucho más delicado al que debía enfrentarse. Tenía que concentrarse en Jack Kart y en todo lo que aquel hombre decía saber acerca de su madre. Algo dentro de ella le gritaba que podía tratarse de una trampa, un engaño, una jugada más para lastimarlos. Sin embargo, también había otra voz, más tenue pero insistente, que le decía que debía escuchar.
Alexander, siempre meticuloso y protector, no había dejado nada al azar. Había contratado a uno de los investigadores privados más reconocidos del país, alguien capaz de obtener información que para otros sería imposible de rastrear. Y ahora, ese expediente estaba en sus manos. El sobre reposaba sobre la mesa del